Municipio de la provincia de Lugo atravesado de este a oeste por el Camino Francés y por los distintos ramales que entre Triacastela y Sarria se desvían por el lugar de Samos. Limita al norte con el ayuntamiento de Láncara, al este con los de Triacastela y Pedrafita do Cebreiro, al suroeste con el de Folgoso do Courel, al oeste con el do Incio y al noroeste con el de Sarria.
Consta de veinticuatro parroquias, once jacobeas: San Xil de Carballo, San Martiño de Lousada, Santa María de Montán, Santalla de Pascais, San Cristovo do Real, San Martiño do Real, Santo Estevo de Reiriz, Santiago de Estraxiz, Santiago de Renche, Santa Xertrude de Samos y Santiago de Zoó. Las parroquias que no son atravesadas por el Camino Jacobeo son: San Mamede do Couto, Santa Marta de Castroncán, San Miguel de Frollais, Santiago de Formigueiros, San Silvestre de Freixo, Santo André de Gundriz, Santa María de Loureiro, San Cristovo de Lóuzara, San Xoán de Lóuzara, San Martiño de Romelle, San Xosé de Santalla, Santa María de Suñide y San Xulián de Teibilide.
Su superficie es de 136,6 km2. Tenía 1.278 habitantes en 2019 y su densidad era 9,3 hab./km2.
El término municipal, sito entre las sierras orientales y las depresiones interiores de la provincia lucense, posee diversidad de paisajes y de ambientes. Consta de tres unidades geomorfológicas: la primera es la montañosa con cotas de altitud máxima superiores a 1.150 metros; comprende los Montes de Albela, al norte y la Serra do Oribio y los Montes de Lóuzara, al este; estas dos últimas formaciones poseen caracteres glaciares y periglaciares de destacada belleza natural como los circos que conformaron pequeñas depresiones, los valles en artesa, las morrenas (pequeñas depresiones), y los tills (materiales depositados por el glaciar). La segunda unidad la conforma el valle del río Lóuzara, que está encuadrado entre la Serra do Oribio, al norte y los Montes de Lóuzara, al este; el río transcurre en todo su curso profundamente encajado, lo mismo que sus valles adyacentes. La tercera unidad comprende la cuenca fluvial del río Sarria de mediana altitud. Forma parte del bloque hundido denominado Triacastela-Samos; con numerosas elevaciones. El valle del río Sarria en el tramo correspondiente al ayuntamiento de Samos es estrecho y en algunos puntos el cauce está encajado.
El clima es oceánico y se caracteriza por los inviernos fríos y los veranos frescos. De la misma manera que está influido por la altitud, está afectado por el alejamiento de la costa: no son iguales los indicadores climáticos en cumbres de mil cuatrocientos metros que en vegas a apenas quinientos cincuenta metros; en todo caso, hay atribuciones mediterráneas y las áreas elevadas son de ambientes entre húmedos y muy húmedos. Las precipitaciones medias anuales son inferiores a las de Triacastela: varían de novecientos a mil quinientos mililitros según qué unidad (de todos modos, más cercanos a la segunda que a la primera). El invierno es la estación que acumula mayores precipitaciones, en ocasiones en forma de nieve, con algo más de dos quintas partes; las estaciones intermedias reciben mucho menos cada una; y la estación estival recoge entre una décima y una undécima parte (hay, pues, una notoria sequía). La temperatura media anual es cercana a los 10º C; la temperatura del mes más frío oscila de 2º a 5º C; y la temperatura del mes más cálido es cercana a los 17º C.
Sus asentamientos no son tan concentrados como los de Triacastela, ni tan dispersos como los de Sarria; de todas formas, a partir del relieve y de la altitud han de ser distinguidas dos clases: la cuenca fluvial del río Sarria, con cierta dispersión de asentamientos y el valle del río Lóuzara, con caracteres agrupados como en el resto de las montañas orientales. Tanto en estos como en aquellos, las vías de comunicación son un agente atrayente, con matices, para las edificaciones. Por otro lado, el hábitat ha sido modificado por la despoblación: en efecto, que esté situado entre montañas, valles y áreas más abandonadas que deprimidas ha resultado ser negativo, ya que ha perdido cerca de ocho décimas partes de la población de 1930; además, esa acusada y evidente regresión continuará: la población ha llegado a valores de envejecimiento elevados, puesto que entre cuatro décimas partes y la mitad de sus habitantes son mayores de sesenta años y los menores de quince años son una de cada diecisiete personas.
La población dedicada a la agricultura es algo menor que la de Triacastela: poco más de cuatro de cada diez empleados; los ocupados en la industria y en la construcción eran hasta hace poco uno de cada cinco trabajadores y los ocupados en los servicios suponían algo más de un tercio. Hasta los años sesenta la economía y los modos de vida de sus campesinos giraban alrededor de la cría de ganado para autoabastecerse, sin apenas dedicarse a la venta, a no ser que fuera en las ferias y en los mercados cercanos; allí vendían las mejores crías y la mejor parte de sus cosechas de cereales para conseguir los ingresos suficientes que eran empleados en la adquisición de los alimentos que no tenían y de otras cosas indispensables. En las áreas montañosas la economía se hallaba en relación con el sistema agro-silvo-pastoral que había sido conservado desde el medievo. Los cultivos habituales durante los sistemas tradicionales fueron el lino, las castañas, las legumbres, los nabos y varias clases de frutales.
A partir del citado decenio ese sistema cerrado fue evolucionando hacia una economía de mercado con una orientación dominante: la cría de ganado bovino de raza frisona destinada a la producción y venta de leche; desde comienzos de los años ochenta el número de cabezas se ha duplicado. Efecto de la especialización ha sido que los campos de cereales y de patatas han sido sustituidos por pastos, prados y maizales para alimentar a la cabaña bovina. Un aspecto relacionado con la acusada despoblación ha sido el abandono de las instalaciones donde el ganado se guarecía, donde se almacenaban los cultivos y donde se guardaban los utensilios de labranza; si no han sido rehabilitadas, han sido sustituidas por modernas instalaciones. Las tierras labradas han descendido desde los años setenta algo más de la mitad; el número de explotaciones han sido reducidas desde los años sesenta poco menos de la mitad. Los agricultores jóvenes están en proporción destacada, muestra de que las actividades agrarias siguen siendo fundamentales o que tal vez, la economía no sea tan abierta todavía.
Estos hechos son consecuencias de los procesos de despoblamiento y de envejecimiento tan comunes en las áreas rurales. Desde el siglo XVII fueron instaladas herrerías que requirieron una elevada cantidad de madera; a finales del siglo XVIII los bosques habían descendido con claridad. No obstante, como resultado del abandono de las tierras y de los campos, ha habido en las áreas de mayor altitud un asentamiento de plantas arbustivas y arbóreas; además se han efectuado nuevas repoblaciones de pinos aunque la superficie forestal es exigua.
A mediados del siglo XIX las industrias más destacadas eran la transformadora, la fabricación de tejidos, la elaboración de harina y los llamados oficios de primera necesidad. Más de siglo y medio después, en 2016, había 248 empresas: 160 de ellas dedicadas a la agricultura, 12 a la industria, 14 a la construcción y 62 al sector servicios; 239 no tenían más de 2 asalariados y solamente 2 empleaban entre 20 y 49 asalariados. En el 2017 el mayor número de parados se encontraba en el sector de los servicios, que sumaba 28 de los 50 parados que en total había en el municipio, siendo los afiliados en alta laboral 449.
Las vías de comunicación que atraviesan el término son la carretera que une Pedrafita do Cebreiro con Sarria (LU-633 y LU-634) y la que comunica O Incio con Sarria (LU-641 y LU-633).
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