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Entidad de población del Camino Francés en la parroquia de Santa Xertrude de Samos, municipio de Samos, provincia de Lugo. Está situada entre los lugares de San Martiño do Real, al noreste y Foxos, al suroeste. Sobre el ramal del Camino Francés que entre Triacastela y Sarria da un rodeo por este lugar. Su altitud es cercana a 530 metros. Tenía 148 habitantes en 2019.

Samos es hoy capital municipal dotada con todos los servicios, disponiendo de un centro de salud, colegio público, biblioteca municipal, pabellón polideportivo y cuartel de la Guardia Civil. Hay también un centro de información turística, varios restaurantes, hoteles y albergues para peregrinos. Recientemente se ha acondicionado un paseo fluvial de tres kilómetros de longitud, que permite seguir en parte el itinerario jacobeo.

Vista general de monasterio de San Xulián de Samos.

La población, que nació y se desarrolló al abrigo del monasterio de San Xulián y Santa Basilisa, se emplaza a orillas del río Oribio o de Sarria, que en este tramo trascurre encajonado entre montañas. El río divide el pueblo en dos pequeños barrios que están comunicados por el puente llamado da Botica o de Fontao situado junto a la casa consistorial. El puente conserva en gran parte su fábrica medieval; está construido con mampuestos de pequeñas lajas de esquisto y consta de dos arcos de desigual tamaño, que se apoyan en un pilote central provisto de tajamar. En la orilla izquierda del río se localizan el barrio de Fontao y las casas de Outeiro y en la margen derecha el barrio da Torre y lugar da Aira.

El río Sarria u Oribio a su paso por Samos.

El conjunto urbano reúne viviendas de nueva construcción junto a otras casas edificadas al modo tradicional con muros de piedra, tejados de pizarra y balconadas de madera o galerías acristaladas. La mayor parte de las casas de la antigua villa eran propiedad del monasterio, que las tuvo aforadas. Entre ellas se encontraba la hospedería que los monjes tuvieron fuera de la abadía para acoger al común de los peregrinos; las noticias de esta hospedería se remontan al siglo XVI.

También estuvo en la villa la cárcel judicial, cuyo edificio albergó en la planta alta la audiencia y el archivo del municipio, fue reconstruida en 1824 por estar inservible la cárcel vieja que se documenta al menos desde el año 1658. Así mismo, la antigua botica del monasterio fue reubicada en otra casa del pueblo, después de que se aplicasen las leyes de exclaustración en el año 1835.

La torre que se levanta frente al ayuntamiento se edificó en el año 1915, en ella se colocó un reloj que provenía también del monasterio. Posteriormente junto a la torre se acondicionó un espacio a modo de céntrica plaza, donde fueron instalados una fuente pública y un palco.

Torre del Reloj de Samos.

Al norte de la villa y sobre la margen derecha del río, se levanta la imponente fábrica del monasterio en el que está inclusa la sede parroquial de Santa Xertrude. Ante sus muros se alza un crucero de piedra. Hoy en día el conjunto abacial se limita a la iglesia y al convento; sin embargo, en el siglo XVIII el espacio de clausura reservado exclusivamente a los monjes estaba delimitado por una cerca de dos kilómetros de longitud que se conserva en parte.

Crucero en Samos.

Además de los edificios monásticos, dentro de los términos de la clausura se encontraba la capilla prerrománica de San Salvador o do Ciprés (declarada Monumento Nacional en el año 1944) y junto a ella se dispusieron, alineadas en calles, una serie de construcciones que albergaban oficinas de carpintería, serrería, herrería y molienda, todo ello para servicio del monasterio. De este complejo de oficinas todavía se conserva el molino hidráulico de tres muelas llamado do Bizarro, que está sobre la orilla del río con su presa. También cerca de la capilla del Salvador se encontraban la huerta de plantas medicinales de la que se surtía la botica y el cementerio parroquial, que todavía se mantiene en uso. La clausura comprendía a mayores algunas tierras de cultivo que trabajaban los monjes para satisfacer su propio consumo.

Molino do Bizarro.

El monasterio disponía de agua corriente gracias a la obra de un acueducto, cuya conducción partía de un manantial situado en el lugar da Cervina. De este acueducto queda en pie el tramo final, que tiene un amplio arco nombrado como Ponte do Mosteiro, puesto que salva el río Sarria adosándose a los muros del convento.

Aguas arriba del acueducto, vuelve a cruzar el río un viejo puente situado junto al propio monasterio, que corresponde a la actual carretera de Sarria a Triacastela. Este puente tiene un arco de medio punto a rajuela, construido con sillarejos de esquisto.

Puente de la Ctra. Sarria-Triacastela a su paso por Samos.

Saliendo del pueblo en dirección oeste y siguiendo el camino de peregrinos que transcurre el paralelo a la margen derecha del río Sarria, se encuentra el molino da Zaera con su gran presa. Puesto que estaba fuera de los límites de la clausura del monasterio, es a este molino al que debe referirse el Catastro de la Ensenada (1753) cuando se dice que dentro del término parroquial había un molino harinero de agua corriente, propiedad de Manuel González, que disponía de dos ruedas, aunque tenía una arruinada y no se veía la necesidad de componerla, ya que a pesar de que se pudiese moler todo el año, solo se trabajaba durante seis meses por no haber grano suficiente y por atollarse el molino en invierno, debido a las crecidas de agua. Al parecer al lado de este molino hubo una pesquería de la que no quedan restos; en su día los muros de su construcción desviaban el agua del río a fin de atrapar truchas y anguilas, muy apreciadas por los monjes para poder cumplir con las vigilias durante las que tenían prohibido comer carne.

Historia

La historia de este lugar es la del propio monasterio de San Xulián y Santa Basilisa de Samos. En su entorno y dentro de sus dominios se fue formando con el paso del tiempo el núcleo habitado de la villa, que se desarrolló con plena dependencia del centro monástico. Su situación inmediata con respecto al espacio sagrado de la clausura supuso, tal como ha estudiado López Salas, que los monjes ejercieran un control directo sobre el uso, organización y diseño de las casas y demás edificaciones anexas, así como de los espacios agrícolas vinculados a ellas, siempre en función de sus propios intereses y con el objetivo claro de evitar interferencias en el devenir de la vida monacal.

Algunos autores sostienen que los primeros tiempos del monasterio podrían remontarse cuando menos al siglo VII. Tal afirmación se basa en la llamada lápida de Ermefredo, que fue obispo de Lugo entre los años 653 y 656; supuestamente, la lápida, que desapareció en tiempos de la exclaustración, conmemoraba la restauración del cenobio de Samos llevada a cabo por iniciativa de dicho obispo, lo que apunta a que su fundación debió ser anterior.

Sea como fuere, consta en la documentación del tumbo de Samos que en el año 811 Alfonso II de Asturias, confirmó las donaciones que su padre, Fruela I de Asturias, había concedido a este monasterio, otorgando él mismo un privilegio que sancionaba la existencia de un coto de milla y media todo alrededor. Dentro de esta demarcación, que fue ampliada posteriormente, los abades fueron los únicos señores con plena potestad sobre las propiedades y bienes, siendo considerados los moradores del coto vasallos del monasterio, al que tenían que pagar los tributos correspondientes y prestar su servicio siempre que les fuera requerido.

En otro documento del mismo tumbo fechado en el año 853, se dice que Ordoño I de Asturias confirmó la donación que había hecho su padre, el rey Ramiro I de Asturias, a la comunidad de Samos y al abad Fatalis, que había llegado de al-Ándalus. Poco después, en el 857, el mismo Ordoño cedió el monasterio a los monjes Vicente y Audofredo, ambos venidos de Córdoba, y en el año 861 hizo lo propio con el abad Ofilón.

En abril del año 922 Ordoño II de León otorgó al abad Sinderico la posesión de Samos ya que, al parecer, tras la muerte del abad Ofilón se había llegado a tal grado de destrucción y decadencia que el monarca decidió encargar al abad de Penamaior, Berila, la restauración del monasterio samonense. Berila envío allí a varios monjes de su propia comunidad, siendo él mismo quien designó a Sinderico como abad de Samos.

En el año 932 Ramiro II de León confirmó a Samos los privilegios y donaciones otorgados por sus predecesores y poco después, en el 937, confirmó igualmente el derecho que tenía el monasterio de exigir a los habitantes de su coto servicios y tributos.

En siglo XI el dominio del monasterio de Samos estaba en una fase claramente expansiva. Esto se debió mayormente a las donaciones recibidas, no solo de la realeza, sino también de nobles y magnates, de otras instituciones eclesiásticas y del propio campesinado libre. Por entonces el monasterio concentraba la gran parte de sus bienes en torno al enclave de la abadía.

En el transcurso de la siguiente centuria el monasterio continuó recibiendo importantes donaciones regias -algunas con claro carácter político- efectuadas por la reina Urraca, por su hijo Alfonso VII de León y Castilla, por Fernando II de León y por Alfonso IX de León; fue el propio Alfonso VII quien, en 1146, amplió los términos del coto de Samos. Estos privilegios serían confirmados en la siguiente centuria por los monarcas Fernando III de Castilla y León, Alfonso X de Castilla y León y Sancho IV de Castilla y León. No obstante, el final del período de expansión de los dominios del monasterio comenzó a partir del primer cuarto del siglo XII, momento en que se entró en una fase de estancamiento que se prolongó durante un siglo.

A finales del siglo XIII el patrimonio de Samos volvió a incrementarse notablemente; esta vez debido en gran parte a una política de compras efectuadas por el propio monasterio, que venía a redondear los bloques de propiedades en aquellos lugares en donde ya tenían sólidos intereses territoriales.

Para Hipólito de Sá, el aumento y la acumulación de bienes que los monasterios gallegos hicieron en los siglos finales de la Edad Media, trajo la relajación y el enfriamiento de la vida regular e hizo que los abades pareciesen más que unos superiores regulares, unos señores feudales rodeados del poder y las atribuciones de un magnate temporal. Muchos de los monasterios benedictinos de Galicia estaban por entonces dados en encomienda y eran gobernados, en la práctica, por personas (religiosas o seglares) ajenas a la observancia de las reglas monásticas.

La reforma de las órdenes religiosas llegó -no sin oposición, ni conflictos- de mano de Congregación de la Observancia de San Benito de Valladolid, siendo promovida por los Reyes Católicos. El propósito originario de la Congregación era restablecer de nuevo la vida regular, siguiendo las normas de Cluny y agrupando los monasterios benedictinos bajo la autoridad de un superior general, para defenderlos de las influencias del exterior, de las injerencias de los obispos y grandes señores y sobre todo de los abades comendatarios.

Samos se incorporó a la reforma en el año 1505; el monasterio quedó anexionado a la congregación de Valladolid junto con los seis prioratos que por entonces dependían de él. Después de la unión se agregaron dos prioratos más, el de Ferreira de Pallares y el de Freituxe de Lemos y otras doce feligresías con sus respectivos bienes. Las rentas fueron saneadas y Samos acabó por convertirse en el principal monasterio benedictino de la provincia de Lugo por razón de sus ingresos, siendo tras San Martiño Pinario y San Salvador de Celanova una de las tres grandes abadías que dicha orden tenía en Galicia.

El patrimonio raíz y sobre todo la inversión en un conjunto de fábricas de hierro sitas en las comarcas de Quiroga, Valdeorras, Lóuzara y Ferreira de Pallares, constituyeron la base sobre la que se sustentó la economía de Samos durante toda la Edad Moderna.

Entre los siglos XVI y XVII son varios los documentos que se refieren a la existencia, dentro de la propia villa y fuera de la clausura monástica, de distintos inmuebles donde se daba acogida huéspedes y peregrinos. Así sabemos que, en 1538, el monasterio de Samos tenía una casa contigua a su convento que estaba destinada para estos últimos. El dato -recogido por Arias Cuenllas- está contenido en la carta apostólica que en ese año otorgó el papa Paulo III anexionando a Samos el beneficio de la parroquia de Freituxe de Lemos, de donde provenía el vino que consumían los propios monjes y también el que se proporcionaba a los que iban en peregrinación a Compostela.

Por otra parte, López Salas recoge un contrato por el que vemos cómo años después, en 1560, el abad de Samos aforó a Alonso Broco “la casa nueva […] en el lugar da Aira extramuros de este nuestro monasterio […] a condición de que tengáis dos camas de ropa en la dicha casa para acoger algunos huéspedes cuando vinieren hasta dicho nuestro monasterio y lugar de Samos”.

Igualmente, por otro contrato del año 1674, los monjes aforaron a Marcial de Godoy, vecino de Samos y criado del monasterio, “una casa con su salido a la puerta trasera de ella con su parral que llaman el Hospital […] que el dicho Marcial de Godoy y sus sucesores han de estar siempre obligados de dar posada a todos los pobres y peregrinos que vinieren por la dicha villa de Samos sin que en ello pongan reparo […] por cuanto le hacemos este dicho fuero en mucha menos renta de la que dicha casa merecía para que tenga cuidado él y sus herederos de dar siempre posada a los dichos pobres que pasaren”.

La documentación de la época alude también al edificio de la cárcel que estuvo en la villa al menos desde el año 1658, fecha en que se dio permiso al escribano de la jurisdicción de Samos para que edificase su oficina en el solar contiguo.

Ya en el siglo XVIII sabemos, también por los contratos de foro, que había en el barrio de Fontao la llamada “casa de los médicos”, más tarde conocida como A Torre, que incluía un “terreno de plazuela” en el que hubo una caseta que sirvió de horno y se componía de “dos cuartos altos, dos cuadras y cocina terrera con su horno”, tenía cubierta de losa y madera, y estaba “socorrida con la era”.

Nos dice Plácido Arias que, según testimonio prestado por el archivero de monasterio, hacia 1723 hay constancia de que casi todos los peregrinos que pasaban a Santiago entraban a comer en el monasterio y si eran “sacerdotes o seculares de decente esphera, se les da cama y mesa como al huésped más honrado, teniendo el convento en el lugar de Samos destinada una cassa para recoger a todos los demás”.

Al mediar esta última centuria figura en el Catastro de Ensenada que en la “feligresía de Santa Gertrudis de la villa de Samos” había treinta y un vecinos y treinta y tres casas, de las cuales treinta y una eran habitables, una que servía de cárcel y una que estaba arruinada y que anteriormente había servido para lo mismo. Había una casa que servía de hospital para los pobres, que mantenía el monasterio sin que tuviese destinada “renta alguna por fundación, más que únicamente la devoción de asistirles”. Entre los vecinos había labradores y se contaban, además, seis sastres, un carpintero, un herrero, dos canteros, un albañil, dos zapateros y un escultor y tallista. Había también un boticario que era religioso del monasterio y ejercía para los propios monjes y sus familiares, despachando algunas medicinas para los enfermos de la jurisdicción; en el monasterio residían sesenta y un religiosos sacerdotes y siete legos.

Fue precisamente en estos momentos cuando el monasterio llegó a alcanzar su máximo apogeo y no solo en lo que a las cosas materiales se refiere, sino también en los campos de la formación intelectual, eclesiástica y monástica. En este siglo se relacionan con Samos dos grandes figuras que son referencia ineludible del pensamiento ilustrado dieciochesco en España: los padres de la congregación benedictina, Martín Sarmiento y Benito Feijóo.

En los primeros años del siglo XIX la guerra de la Independencia repercutió con fuerza en Samos y no solo por los expolios que sufrió la villa y el propio monasterio por parte de las tropas francesas, si no también por verse convertido el convento en un hospital de campaña que llegó a estar saturado.

Ya en 1827 dice Sebastián Miñano que Samos era jurisdicción eclesiástica de la provincia de Lugo, diócesis vere nullius, que se componía de cuarenta y una feligresías, siendo el abad del monasterio benedictino quien ejercía omnímoda jurisdicción sobre su territorio, que comprendía treinta y siete pilas bautismales. Continúa diciendo el mismo autor que a la sombra del monasterio se formó poco a poco la villa del mismo nombre, que era la capital de la jurisdicción. Los monjes que había entonces intra claustra solían ser de cincuenta a sesenta.

En 1835 tras la promulgación de los decretos de Mendizábal se produjo la exclaustración y el abandono del monasterio; el gobierno inventarió y tomó cuenta de sus bienes, al tiempo que lo privó del derecho de territorio nullius, es decir la supresión de todas las jurisdicciones eclesiásticas privilegiadas y exentas y su incorporación a la jurisdicción ordinaria de los prelados diocesanos. Aun así, con permiso de la autoridad, el abad permaneció en Samos hasta la fecha de su muerte acaecida en el año 1839; también se quedaron en la villa los padres Lorenzo Gutiérrez, que ejerció como cura de la parroquia y Juan Vicente Rodríguez, que fue boticario.

El monasterio fue desmantelado y expoliado, quedando en 1848 a disposición del ayuntamiento a cambio de su mantenimiento. Un año después, en 1849, nos dice Pascual Madoz que Samos era ayuntamiento en la provincia y diócesis de Lugo, perteneciente ya al partido judicial de Sarria. La villa del mismo nombre tenía 75 habitantes, mientras que el término municipal que encabezaba reunía una suma total 4.320 habitantes. Poco después, en 1866, consta en la descripción del itinerario militar da Fonsagrada a Monforte, que Samos era una villa con 51 vecinos, que tenía regular caserío y algunos recursos.

El ayuntamiento acabó cediendo la fábrica del monasterio a favor del Estado, que a su vez lo cedió en 1862 a la mitra lucense para “casa de misiones, asilo de imposibilitados y reclusión de clérigos”. En 1879 el obispo de Lugo solicitó al rey Alfonso XII autorización para poder entregar el monasterio de Samos a los monjes benedictinos; tras haber sido concedido el permiso, los monjes volvieron en el año 1880.

En los años treinta de la siguiente centuria nos dice Amor Meilán que la villa de Samos, capital municipal, la constituía un poblado de unos 280 habitantes y ya en los años setenta del mismo siglo, figura en la Gran Enciclopedia Gallega, que esta misma villa tenía 355 habitantes.

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