SAMOS, hospital, hospederías y enfermería del monasterio de

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Antiguo hospital y hospederías del monasterio de San Xulián y Santa Basilisa de Samos, en el Camino Francés, lugar de Samos, parroquia de Santa Xertrude, municipio de Samos, provincia de Lugo; entre las entidades de población de San Martiño do Real, al noreste y Foxos, al suroeste. Sobre el trazado del Camino que entre Triacastela y Sarria da un rodeo por este lugar.

Fachada del monasterio por la que se accede al albergue de peregrinos.

Historia

Por la vinculación del monasterio de Samos con el Camino Francés, y por estar emplazada su abadía sobre uno de sus ramales, suponen algunos autores especializados en la materia que desde el primer momento en que comenzaron las peregrinaciones jacobeas debía darse en Samos una importante actividad de tipo hospitalario y asistencial con viajeros y peregrinos. Lo cierto es que gran parte de los documentos del tumbo samonense que aportan información en este sentido se fechan entre los siglos X y XII y se refieren a donaciones piadosas que afectaban a pequeños monasterios e iglesias y al destino de sus respectivas dotaciones, aun antes de que estos bienes hubieran pasado a manos de la comunidad de Samos.

En ciertos casos los donantes hacían constar el deseo expreso de que sus fundaciones sirviesen para la acogida y cuidado de los pobres, viajeros y peregrinos. Algunos de los lugares que fueron cedidos con esta intención se encontraban algo alejados del itinerario jacobeo, sin embargo, otros estaban situados sobre su mismo trazado o en alguno de sus principales ramales; así ocurre con Santo Estevo de Calvor (Sarria), Santiago de Barbadelo (Sarria) y Santa María de Belante (Sarria). Más allá de los meros formulismos, sabemos que en Calvor los viajeros, pobres y peregrinos que llegaban al lugar podían cobijarse junto a la iglesia monacal, en el claustro que fue construido con tal propósito hacia el año 902, fecha en que este monasterio fue donado a Samos por el arcipreste Teodenando. Sea cual fuere el caso, toda vez que este grupo de donaciones con carácter piadoso acabó por incorporarse al dominio samonense, el valor conjunto de todo ello -tal como señala Andrade Cernadas- funcionaría como caja de fondos para afrontar los gastos relacionados con la asistencia en el Camino.

Así lo podemos comprobar en un documento fechado entre los años 1020 y 1061, que contiene la única mención relativa a la existencia cierta de un hospitalarium de peregrinos, huéspedes de paso y siervos de Dios, que estaba en el lugar de Samos. Es reseñable el uso expreso del término hospitalarium, que en relación a los monasterios medievales solía emplearse en los documentos de la época para referirse a establecimientos de acogida de extraños situados fuera del espacio de la clausura monástica, bien a las puertas de los propios conventos, bien en edificios aledaños. Para servicio de este establecimiento de Samos se destinaba entonces todo lo tocante a una villa colindante con Lousada, que se localiza sobre la margen meridional del tramo del Camino que discurre entre Triacastela y Sarria por Calvor. Asimismo, por otra parte, nos consta que en el año 1119 Álfonso Muñiz donó al monasterio de Samos su heredad de la iglesia de San Paio y Santa María de Vilavella, en Triacastela, con el deseo expreso de que fuese igualmente para sostenimiento de los viajeros y peregrinos que se presentasen en el lugar de Samos.

A mediados de esta última centuria se produjo la incorporación definitiva de la comunidad monástica de Samos a la Orden de San Benito, cuya Regula contemplaba la obligación de atender al peregrino. No mucho después, en torno al tránsito del siglo XII al XIII, es muy presumible que, tal como dice Andrade Cernadas, dicha orden perdiese su primacía en el terreno de la hospitalidad en beneficio de los mendicantes y de otras nuevas corrientes religiosas, cuya aparición necesariamente tuvo que impactar en los modelos espirituales y en la organización benedictina. Se creó entonces dentro de la orden un nuevo sistema de modus operandi, basado en unidades administrativas internas de base territorial o funcional conocidas como “ovenzas”, que afectaron igualmente al ejercicio de la beneficencia. En este sentido, la documentación del siglo XIII muestra ya una realidad asistencial compleja y organizada que se materializó en Samos en la existencia de una alberguería y de una enfermería que estarían a cargo de frailes especializados y que se sostendrían con una porción de las rentas de la comunidad. Así, en una venta del año 1274 nos encontramos con un tal Nuño Pérez, “ouvencial” de la alberguería de Samos y monje de la misma abadía y algo más tarde, en 1306, aparece nombrado Pedro Fernández, que pertenecía a la “ovenza” de la enfermería del mismo lugar.

Ya en la Edad Moderna son varias las noticias relativas tanto a inmuebles ubicados en la villa de Samos que estuvieron destinados a la acogida de huéspedes y peregrinos, como a instalaciones dentro del propio monasterio que cumplían con el mismo fin. Así sabemos que en 1538 el monasterio de Samos tenía una casa para peregrinos que estaba contigua al convento; el dato (recogido por Arias Cuenllas) está contenido en la carta apostólica que en ese año otorgó el papa Paulo III anexionando a Samos el beneficio de la parroquia de Freituxe de Lemos, de donde provenía el vino que consumían los propios monjes y también el que se proporcionaba a los que iban en peregrinación a Compostela.

Por su parte, López Salas recoge un contrato por el que vemos cómo en 1560 el abad de Samos aforó a Alonso Broco “la casa nueva […] en el lugar da Aira extramuros de este nuestro monasterio”, con la condición de que tuviese disponibles “dos camas de ropa en la dicha casa para acoger algunos huéspedes cuando vinieren hasta dicho nuestro monasterio y lugar de Samos”.

Más tarde, entre los años 1633 y 1637, se construirían las hospederías que estaban dentro del propio convento en el lugar que hoy ocupa el llamado claustro grande o del Padre Feijóo. La construcción de dicho claustro comenzada en 1693 supuso su derribo.

Por otro contrato del año 1674 consta que el monasterio de Samos aforó a Marcial de Godoy “una casa con su salido a la puerta trasera de ella con su parral que llaman el Hospital […] que el dicho Marcial de Godoy y sus sucesores han de estar siempre obligados de dar posada a todos los pobres y peregrinos que vinieren por la dicha villa de Samos sin que en ello pongan reparo […] por cuanto le hacemos este dicho fuero en mucha menos renta de la que dicha casa merecía para que tenga cuidado él y sus herederos de dar siempre posada a los dichos pobres que pasaren”.

Nos dice Plácido Arias que en 1723 se repartió en la portería del monasterio una cuantiosa limosna que ascendía a cerca de cien fanegas al mes, no entrando en esa cuenta “lo que se gasta con los peregrinos, que son todos los que passan a Santiago, los quales cassi todos entran a comer dentro del Convento, y si son sacerdotes o seculares de decente esphera, se les da cama y mesa como al huésped mas honrado, teniendo el Convento en el lugar de Samos destinada una casa para recoger a todos los demás”. Añade el mismo autor que en caso de enfermedad o muerte de algún peregrino se cumplía con los deberes que imponía la caridad, encontrándose en el Libro de difuntos de la parroquia de Samos registro de numerosos casos de gente de las más diversas nacionalidades que tras haber fallecido estando de paso fueron enterrados aquí celebrando y asistiendo los religiosos a sus funerales por limosna.

En 1753 se dice en el Catastro de Ensenada que había en Samos una casa que servía de hospital para los pobres que mantenía el monasterio sin que tuviese destinada “renta alguna por fundación mas que únicamente la devoción de asistirles”.

El montante de los gastos asistenciales que asumiría el monasterio años más tarde se recoge en el listado de las cuentas correspondientes al cuatrienio 1781-1785 (publicado por Arias Cuenllas), donde figura en Samos una partida de 11.928 reales que se gastaron en enfermería y otra más de 21.903 reales gastados en hospedería. Por contraste en 1824 los gastos de enfermería se reducían a la cantidad 2.825 reales y los de hospedería a 12.793 reales. En este último año, las circunstancias por las que atravesaba el monasterio eran ya muy distintas, acercándose el momento de la aplicación de las leyes de la desamortización y exclaustración de los religiosos regulares que se vieron obligados a abandonar Samos en 1835. En 1848 la fábrica del monasterio quedó a disposición del ayuntamiento a cambio de su mantenimiento. Finalmente, y tras una serie de avatares, los monjes regresaron aquí en el año 1880.

Hoy en día los benedictinos de Samos, conforme a sus reglas y tradición, continúan prestando asistencia al peregrino; para ello gestionan un albergue de sesenta y seis plazas exclusivo para peregrinos y una hospedería abierta a todo tipo de público en la que se puede permanecer en estancias prolongadas.

Fuentes y bibliografía

ANDRADE CERNADAS, José Miguel, “El monasterio de Samos y la hospitalidad benedictina con el peregrino (siglos XI-XIII)”, en Horacio Santiago-Otero (coord.), El Camino de Santiago, la hospitalidad monástica y las peregrinaciones, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1992, pp. 273-284.

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