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Inicialmente, el monasterio compostelano de Antealtares fundado a comienzos del siglo IX estaba levantado al este de la iglesia de Santiago, muy próximo al sepulcro apostólico, sito en el solar que hoy ocupa la Praza da Quintana. Permaneció en este emplazamiento hasta la segunda mitad del siglo XI, momento en que cedió una parte de sus terrenos para la construcción de la cabecera románica de la catedral. Finalmente, en 1256 el monasterio fue trasladado al lugar que ocupa en la actualidad.
De la última iglesia construida en época medieval conocemos su planimetría representada en un plano atribuido a Gabriel de Casas. Estaba situada en el mismo lugar que la actual, aunque era ligeramente más pequeña. Constaba de tres naves, la central más ancha articulada mediante pilastras exentas y con una cabecera dotada con tres ábsides semicirculares, aunque posteriormente el ábside central tomó forma poligonal. La cubierta, según se desprende de un informe de Domingo de Andrade de 1683, sería de madera. Por algunas descripciones sabemos que adosado a su muro sur se encontraba el claustro en torno al que se ubicaban las principales dependencias del monasterio y a continuación se encontraba la huerta, mientras que en la parte oriental se situaba la vicaría.
Se considera la entrada principal de la iglesia de San Paio el acceso desde Vía Sacra por pasar por aquí los peregrinos que venían por el Camino Francés para acceder a la cabecera de la catedral por el pórtico que llevaba el mismo nombre de la calle, antes de que se terminasen las obras de la Puerta Francígena o Porta do Paraíso, abierta en el crucero norte.
El cuerpo del pórtico en que se abre la entrada de San Paio es menor altura que la iglesia y se distribuye en dos cuerpos superpuestos. Su fachada se sitúa en ángulo recto con respecto al edificio del convento, quedando un tanto retranqueada. Dos potentes columnas dóricas se sitúan a los lados la puerta adintelada que se abre entre dos pilastras cajeadas. Sobre la puerta se encuentra una hornacina con arco de medio punto, que está coronada por un frontón curvo y flanqueada por sendas pilastras de fuste rehundido realzadas con alerones laterales de volutas recortadas. En la hornacina se encuentra la imagen pétrea de San Paio en el momento en que es degollado. Un saliente entablamento con dos pináculos colocados en los extremos, sobre la línea marcada por la columnas, separa el cuerpo bajo del superior en el que aparece centrado el escudo real. Corona todo el conjunto un pequeño frontón triangular con una cruz en el vértice superior y dos acróteras en bola a los lados.
La iglesia se concluyó y se consagró en el año 1707 pero pronto hubo que hacer intervenciones en su fábrica. Entre 1741 y 1745 se tuvieron que reparar los arcos de los coros alto y bajo, las paredes del campanario y la cúpula y, al término de esta misma centuria, la cúpula presentaba problemas de goteras por lo que se desmontó y se rehízo de nuevo. Finalmente, en 1825, el coro se derrumbó y tuvo que ser reconstruido por completo.
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| Entrada principal de la iglesia de San Paio. |
Entre los años 1661 y 1665 Melchor de Velasco Agüero proyectó la fachada de la portería que cierra el frente oriental del monasterio y mira a la llamada rúa de San Paio. La portada monumental que se abre en esta fachada se encuentra al fondo de una pequeña plaza creando un juego de perspectivas. Se compone de cuatro columnas gigantes dóricas adosadas sobre altos pedestales de caja rehundida que dividen el conjunto en tres calles. En la calle central está situado el vano de la puerta con arco de medio punto enmarcado entre pilastras de fuste cajeado, que sostienen un entablamento con friso de triglifos y metopas sobre el que se apoya un frontón semicircular partido en cuyo tímpano se sitúa el escudo real. En las dos calles que flanquean a la central se abren dos ventanas rectangulares con gruesas molduras acodadas en la parte inferior. Sobre sus dinteles aparecen almohadillas sobrevoladas por sendas cornisas que sirven de apoyo a los zócalos de las hornacinas del cuerpo superior. Estas hornacinas están flanqueadas por pilastras estriadas que acogen las figuras de San Benito en la parte derecha y San Paio en la izquierda. En lo más alto, bajo la cornisa del tejaroz, discurre un entablamento quebrado con triglifos iguales a los de la puerta que aparecen intercalados entre metopas huecas a modo de ventanas. El conjunto se corona con cuatro acróteras de doble pirámide en eje con las grandes columnas.
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| Entrada de la portería del monasterio de San Paio. |
En el extremo meridional de la misma fachada, mirando a la plaza de Feijóo, se encuentra la llamada Portada dos Carros que se comenzó a hacer en 1748 bajo la dirección de Fernando de Casas Novoa y la terminó Lucas Ferro Caaveiro en 1749. Esta portada se divide en dos cuerpos enlazados con pilastras toscanas de fuste rehundido en los laterales. En la parte inferior se sitúa la puerta adintelada y sobre ésta se encuentra un relieve que representa de la huida a Egipto, por lo que popularmente se conoce esta puerta como “da borriquita”. Folgar de la Calle atribuye la factura del relieve a la mano del escultor Francisco de Lens. El conjunto se enmarca con ricas molduras mixtilíneas, muy del gusto dieciochesco y se corona con una balaustrada sobre la que se construyó un mirador, que compone un cuerpo cúbico enmarcado por pilastras toscanas de fuste cajeado con dos pisos de ventanas.
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| Portada dos Carros o da Borriquita del monasterio de San Paio. |
En 1687 el viejo templo amenazaba ruina por lo que se decidió acometer su reconstrucción. En 1700 Gabriel de Casas trazó la nueva iglesia que en planta dibuja una cruz griega de brazos desiguales, prolongándose el extremo de los pies en el espacio destinado al coro. A los lados de la cruz se adosan otros dos pequeños recintos, uno a la derecha para comulgatorio y confesionario y otro a la izquierda que comunica con el pórtico de entrada. Junto a la cabecera de la iglesia se sitúa la sacristía.
El alzado se articula mediante pilastras dóricas cajeadas sobre las que discurre un entablamento compuesto por triglifos y metopas que recorre todo el perímetro interior del edificio. El espacio se cubre con bóvedas de cañón casetonadas que se apoyan sobre los muros arrancando por encima del entablamento. En las pilastras descargan las pechinas que soportan la cúpula que se alza sobre el crucero. Las pechinas están decoradas con escudos y elementos vegetales. La cúpula presenta un casco semiesférico con casetones, tiene un óculo central por el que entra la luz a través de una linterna que por fuera es de forma octogonal y aparece adornada con sartas de frutas y volutas con pináculos, levantándose por encima del tambor poligonal que recubre la cúpula.
El campanario se alza ligeramente separado del cuerpo de la iglesia, hacia el lado derecho, apoyado sobre uno de los muros del claustro. Se trata de una estructura cuadrada articulada en cada uno de sus lados con pilastras dóricas sobre las que se apoya el recto entablamento con una cornisa. Las pilastras flanquean arcos de medio punto sobre impostas. En lo más alto se alza una pequeña cúpula coronada por un pináculo y rodeada por acróteras de bola en eje con las pilastras del cuerpo inferior.
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| Planta del monasterio. (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000). |
Por lo que se refiere al mobiliario, en 1714 se encargó a Francisco de Castro Canseco el retablo mayor de la iglesia que fue pintado en 1727 por Juan Antonio García de Bouzas. El retablo está dorado y cubierto por una rica decoración barroca que llena toda la superficie. Se compone de tres cuerpos: una base muy elevada en la que se abren dos puertas de acceso a la sacristía, un gran cuerpo central dividido en tres calles y un ático semicircular. El cuerpo central está articulado por cuatro monumentales columnas salomónicas. Las calles laterales avanzan ligeramente hacia el espectador para crear sensación de profundidad. En la calle central se abre una gran hornacina con arco de medio punto y cúpula de cascarón que alberga el sagrario y un expositor sostenido por columnas salomónicas, sobre el que se alza la imagen de San Paio Niño. Sobre la hornacina aparece un bajo relieve que representa el martirio del santo. En las calles laterales se sitúan las imágenes de San Benito y santa Escolástica en las hornacinas inferiores, y de santa Gertrudis y santa Francisca Romana en las superiores. En el ático se sitúa en el centro un camarín con la Asunción de la Virgen acompañada por los apóstoles Pedro y Pablo, y a los lados dos hornacinas con las imágenes de San Gregorio Magno y San Bernardo. El conjunto se completa con las figuras de Santiago Matamoros y San Fernando, situadas ya sobre la cornisa de la propia iglesia.
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| Interior de la iglesia: vista de la cabecera (izquierda) y coro alto (derecha). |
A los lados de la capilla mayor y bajo los machones de la cúpula se sitúan los retablos parejos de la Virgen del Rosario y de San Benito que son de forma trapezoidal, adaptándose así al chaflán que forman las pilastras a las que están arrimados. Constan de una base seguida del cuerpo principal flanqueado por columnas salomónicas. En la base se sitúan los sagrarios y sobre ellos los camarines que acogen las imágenes de los santos titulares. Ya en lo más alto se alza el ático donde se encuentran relieves alusivos a la Virgen y a San Benito.
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| Cúpula de la iglesia de San Paio. |
El retablo de la Virgen del Rosario se encargó a Jacinto Barrios en 1710. El escultor murió mientras hacía la obra, por lo que en 1712 Cipriano Domínguez Bugarín hizo una nueva traza en la que desaparecieron las esculturas laterales, manteniéndose solamente la imagen de la Virgen en el camarín coronado con el relieve de la lactación de San Bernardo. La talla que hoy preside el retablo fue realizada por el escultor Puente y pintada por Ángel Rodríguez a finales de la década de 1940.
En 1713 se encargó al mismo Cipriano Domínguez el retablo de San Benito. En este retablo se representa sobre la puerta del sagrario la escena del bautismo de Cristo. Arriba se encuentra el camarín que acoge la imagen del santo titular y encima de él hay un medallón tallado con la escena de la tentación de San Benito. Finalmente, en el ático se representa el milagro de santa Escolástica. Corona todo el conjunto la imagen de San Millán de la Cogolla a caballo.
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| Retablo de la Virgen del Rosario. |
En el testero del lado norte de la iglesia se encuentra el retablo de Nuestra Señora de la O realizado en 1714 por Jacobo de Quinteiro e Ignacio Romero. Se compone de una base, un cuerpo principal articulado por cuatro columnas salomónicas en tres calles y un ático semicircular. La calle central del primer cuerpo acoge un camarín con la imagen de la Virgen de la O sobre una peana decorada con ángeles, apareciendo entre un gran cortinaje descorrido también por ángeles, lo que le otorga un cierto carácter teatral. En las calles laterales aparecen las imágenes de San José y el Niño, San Gabriel, San Hilario Obispo y San Nicolás de Dios, única representación conocida de estos dos últimos santos en el arte gallego. Corona el conjunto la imagen del crucificado dispuesta en el ático. La imagen de la Virgen de la O es una obra anterior datada en el primer tercio del siglo XVII.
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| Retablo de la Virgen de la O. |
Junto a este último retablo, se encuentra arrimado a la pared oriental del mismo brazo de la iglesia, el retablo de Nuestra Señora de la Esclavitud o de la Virgen Desterrada, también conocido como el retablo de la huida a Egipto. Fue dorado y pintado en 1743 por Francisco Sánchez. Se compone de una base con la mesa del altar seguida de un cuerpo principal con dos pares de columnas salomónicas sobre el que se alza el ático semicircular. Tiene una única calle en el cuerpo principal en la que se sitúa en la parte inferior un relieve con la escena del martirio de los inocentes, en el centro el grupo de la huida a Egipto en bulto redondo que procedería de un retablo anterior y por último, en el remate el tema de la epifanía.
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| Retablo de la huida a Egipto. |
A Domingo de Andrade se debe el retablo-relicario realizado en 1675 que se encuentra arrimado al testero del lado sur de la iglesia. Presenta una ornamentación naturalista que cubre completamente la superficie. El cuerpo principal se enmarca entre columnas salomónicas y está coronado por un frontón semicircular partido que en el centro acoge los emblemas del monasterio. Tiene en el frente dos grandes puertas que cierran el armario donde se guardan las reliquias.
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| Retablo relicario. |
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| Tabla de Nuestra Señora del Rosario del círculo de Juan Antonio García de Bouzas, segundo tercio del siglo XVIII (Museo de San Paio) (izquierda) y Cristo Crucificado, segundo tercio del siglo XIII (Museo de San Paio) (derecha). |
Encastrado en el muro que soporta las rejas que separan el coro bajo de la nave de la iglesia se encuentra el sepulcro de San Fagildo que está recubierto por una placa de mármol con un epígrafe. San Fagildo fue abad del monasterio en el siglo XI. Por su fama de santo alcanzada ya en vida fue inhumado en la cabecera de la iglesia medieval. Posteriormente se mandó hacer el sepulcro que hoy se conserva que por sus características formales puede datarse en el siglo XIV.
El claustro del monasterio se encuentra adosado al muro sur de la iglesia, fue proyectado por el arquitecto Fernández Lechuga hacia el año 1638 y lo terminó Melchor de Velasco Agüero en 1669. El diseño del claustro es muy simple. Consta de tres pisos: en el inferior se disponen los arcos de medio punto impostados entre pilastras toscanas de fuste cajeado, que sostienen una volada cornisa y se apoyan en altas bases. El segundo piso se compone de ventanas con un óculo ovalado encima y en el último piso se abren sencillas ventanas adinteladas.Historia
Los orígenes del monasterio de Antealtares están vinculados al descubrimiento de los restos del apóstol Santiago. Se desconoce la fecha exacta de su fundación, que debió producirse de forma simultánea o inmediatamente posterior a la construcción de la iglesia que levantó Alfonso II de Asturias sobre el sepulcro apostólico en los primeros decenios del siglo IX. Tal fundación obedece al interés del monarca y del obispo Teodomiro de Iria por promocionar y organizar el culto en torno a los restos apostólicos. Para ello se creó una primera comunidad de doce monjes, presidida por el abad Ildefredo, a la que se le dio un solar situado al este de la basílica apostólica, prácticamente lindando con ella, situación que motivaría la denominación de Antealtares.
Los testimonios documentales más antiguos aluden al monasterio bajo la titularidad de san Pedro (la advocación de san Paio se instauraría definitivamente en el siglo XII, aunque este mártir gallego contó anteriormente con un altar en la iglesia monástica). Según López Alsina, el primitivo monasterio estaría formado por las oficinas del convento y la iglesia do Salvador con tres altares dedicados respectivamente al Salvador, a san Pedro y a san Juan Apóstol. El primer sustento material de la comunidad provenía de la parte que le correspondía de las limosnas ofrecidas por los peregrinos y devotos de Santiago. No obstante, Antealtares pronto comenzó a recibir importantes donaciones que constituyeron la base de sus futuros dominios y también a anexionarse otros monasterios de modo que llegó a ser cabeza de una pequeña congregación de prioratos, característica que compartía con pocos cenobios.
En la segunda mitad del siglo IX hubo un proceso de reorganización de las comunidades encargadas del culto del sepulcro del Apóstol llevado a cabo por el obispo Sisnando I que, entre otras cosas, quiso ofrecer lugares de retiro a los eclesiásticos que por su edad no podían seguir desempeñando sus funciones. Al grupo de más categoría les señaló Antealtares, a los de segundo grado A Corticela y a los clérigos menores Lobios. Algunos autores atribuyen al mismo Sisnando la ampliación y consagración de la iglesia de Antealtares.
Tras la campaña de Almanzor del año 997 los edificios del monasterio quedaron casi destruidos y tuvieron que ser reedificados en torno al año 1000. Su proximidad a la iglesia de Santiago originó continuos conflictos y así entre los años 1073 y 1074 las dependencias monásticas fueron derruidas de nuevo, en esta ocasión por motivo de las obras de ampliación emprendidas por el obispo Diego Peláez que exigían mayor espacio para dar cabida a la cabecera románica de la catedral. Por la Concordia firmada entre el cabildo y la comunidad de Antealtares en el año 1077, sabemos que se dispuso entonces la construcción de una nueva iglesia monacal en un lugar algo más apartado de la tumba del Apóstol con altares dedicados a san Pedro, santo Tomás, san Nicolás y san Paio. En contrapartida por el desplazamiento, el monasterio conseguía quedarse con derechos en los altares de la nueva iglesia de Santiago que se construyesen en su antiguo solar, al tiempo que se quedaría con la tercera parte de las ofrendas que recibiese el altar de Santiago. Esto último suponía una cesión, puesto que anteriormente le correspondía la mitad de dichas ofrendas.
Autores como Burgo López ven en esta Concordia el reflejo de un progresivo alejamiento de la comunidad de Antealtares de sus obligaciones con respecto al culto apostólico y de los beneficios que de ello se derivaban, teniendo enfrente a un cabildo cada vez más numeroso y con mayor poder que fue sustituyendo a los monjes en esa labor. Por otra parte, según dice Andrade Cernadas, tal Concordia certifica la benedictinización de Antealtares en el momento de su redacción. Añade el autor que en otro documento fechado dos años después consta con claridad que el monasterio se regía ya bajo la regla del beato Benedicto.
Ya en el siglo XII se menciona en el Códice Calixtino la iglesia de San Paio Mártir como la novena de la ciudad compostelana, se dice que estaba detrás de la iglesia de Santiago, siendo la tercera puerta de esta última iglesia la de San Paio. López Ferreiro señala que se llamaba así porque por ella se servían los monjes de Antealtares y que esta entrada correspondía a la actual Porta Santa de la catedral que solo se abre en los años santos del jubileo.
También por entonces, en la crónica de la Historia Compostelana se hace mención a este monasterio y a algunos de sus abades. Concretamente en libro II de la crónica se dice que fue el arzobispo Diego Gelmírez, cuyo mandato se prolongó entre los años 1100 y 1140, quien construyó “la iglesia de San Pelayo de Antealtares, junto a la iglesia de Santiago, después de derribar una iglesia muy vieja y miserable que había estado allí antes”. Así mismo, en el libro III se narra cómo el arzobispo visitó este monasterio y cómo, al comprobar la maldad y depravación de su abad, mandó que fuese elegido otro monje con la aprobación de toda la comunidad, obligando al electo a jurar que observaría el orden monástico y la regla de san Benito y que la haría observar a los monjes sometidos a él, implantando de este modo la regularidad y honestidad de costumbres.
Al mediados de esa misma centuria, concretamente en el año 1147, el rey Alfonso VII de León y Castilla, gran protector del monasterio, confirmó la antigua demarcación del solar de Antealtares. Aún con todo, las confrontaciones habidas entre la mitra y el monasterio por cuestión del espacio colindante continuaron y hubo que establecer una nueva concordia en el año 1152 por la que el monasterio recibió una compensación económica, quedando sometido a la autoridad del prelado y definitivamente separado del culto jacobeo.
En 1154 el papa Anastasio IV confirmó las posesiones de la iglesia compostelana entre las que figuraba este monasterio. Lo mismo hicieron el papa Alejandro III en 1178 y el papa Inocencio III en 1199. Éste último pontífice había dirigido con anterioridad una carta al arzobispo de Santiago que contribuyó a despejar la situación de conflicto que éste mantenía con el monasterio, mandando callar al abad y obligándolo a admitir el patronazgo de la mitra sobre Antealtares. El equilibrio así establecido entre ambas partes propició el inicio de una etapa en que la comunidad monástica pudo disfrutar de mayor autonomía. En coincidencia y como posible consecuencia se intensificaron las incorporaciones patrimoniales al dominio abacial hasta llegar a alcanzar un repunte máximo en las primeras décadas del siglo XIII.
Es en el transcurso de esta última etapa cuando se documenta la labor asistencial desarrollada por el monasterio y así nos dice López Ferreiro, que en el año 1195 Guto de Sanuiz dejó varias mandas a los hospitales compostelanos de Xerusalén, Santiago y San Paio para el sustento de sus pobres. Años más tarde, en 1220, Juan Froila Marín mandó enterrarse en San Paio legando a la enfermería de Santa María, propia de ese convento, una yeguada de diez cabezas y a otra enfermería del mismo convento otras diez yeguas.
A mediados del siglo XIII monasterio y catedral estaban todavía muy próximos lo que seguía motivando ciertas incomodidades. En 1256 ambas partes permutaron algunas propiedades, de modo que el monasterio volvió a modificar su emplazamiento que es el mismo que tiene hoy en día.
A finales del siglo XIII cambió la situación de bonanza y comenzó a notarse un deterioro progresivo de la comunidad, hecho común a todos los monasterios gallegos, debido a diversos factores tales como la existencia de abades comendatarios ajenos a la orden, la abundancia de privilegios personales, el decaimiento del ideal ascético, el ambiente externo de anarquía e inestabilidad y las enajenaciones de propiedades y rentas llevadas a cabo por la nobleza. Este proceso llevó a que a mediados del siglo XV el monasterio estuviese en una situación ruinosa, con una comunidad reducida a dos o tres monjes.
A finales de esta última centuria los Reyes Católicos tomaron cartas en el asunto decidiendo impulsar la reforma de las órdenes religiosas. En 1487 obtuvieron una bula particular del papa Inocencio VIII para unir el monasterio de San Martiño Pinario a la congregación de San Benito el Real de Valladolid. La bula contemplaba también la creación de un gran hospital para pobres y peregrinos en la ciudad de Santiago, que en principio se pensó estaría a cargo de la propia comunidad de San Martiño, con este fin le fueron anexionados los monasterios compostelanos de San Pedro de Fóra y de San Paio Antealtares; la anexión fue confirmada en 1493 por el papa Alejandro VI.
En el año 1495 el primer abad reformado de San Martiño Pinario, Juan de Melgar, con el permiso del general de la Congregación de San Benito, cedió a Lope Gómez de Marzoa el edificio de San Paio para fundar un colegio para estudiantes pobres, que sería el germen de la futura Universidad de Santiago. En 1498 murió el último abad de san Paio, Diego de Viveiro, que estuvo en todo momento en contra de la anexión a San Martiño. A su muerte Juan de Melgar se hizo definitivamente con la posesión del monasterio de Antealtares.
Un año después, en 1499, se anuló la concesión hecha a Gómez de Marzoa y el colegio de estudiantes tuvo que ser trasladado ya que Rodrigo de Valencia, prior de San Benito de Valladolid y Reformador General, por mandato de los Reyes Católicos unió a las monjas benedictinas de catorce prioratos gallegos cediéndoles el convento compostelano de San Paio para que pudieran reunirse en él. Rodrigo de Valencia trajo como abadesa a Beatriz de Acuña, acompañada de un grupo de monjas observantes procedentes de Castilla. De este modo San Paio se convirtió en el centro de la reforma de los monasterios femeninos de la orden en Galicia. Los anteriores monasterios en los que residían las monjas fueron suprimidos. Todos sus bienes fueron destinados a la nueva comunidad mientras que los monjes, con las rentas y posesiones que pertenecían a Antealtares, pasaron a San Martiño.
Fray Antonio de Yepes refleja en su Crónica el momento de la fundación del monasterio femenino: “Después que los monjes de San Payo se pasaron a San Martín, sucedieron en aquella casa monjas de la orden de San Benito, que vivían en algunos monasterios pequeños y de pocas religiosas, donde por el poco número no se podía guardar la religiosa observancia con el punto que convenía. Así los primeros reformadores de esta congregación de San Benito de Valladolid dieron orden de pasar todas la monjas de muchos monasterios pequeños que estaban en el contorno de Compostela y traerlas a la ciudad, y como estaba edificada iglesia y claustro y otras piezas y oficinas, a propósito para las religiosas, fundóse allí un monasterio de monjas benitas, o por mejor decir, entró en la casa antigua un nuevo convento de monjas”.
Los primeros años del siglo XVI fueron muy convulsos por los numerosos pleitos e impedimentos que se pusieron desde los distintos estamentos para el establecimiento de la reforma, incluso por parte de las abadesas depuestas que llegaron a irse del convento para volver a sus antiguos cenobios y seguir administrando sus bienes libremente, en perjuicio del sustento de San Paio. Los problemas con las antiguas abadesas comenzaron a solucionarse hacia 1511, pero el poder efectivo de la comunidad sobre sus posesiones fue limitado hasta la tercera década del siglo.
San Paio se convirtió en la comunidad femenina más numerosa de Galicia contando en 1520 con más de treinta monjas, cantidad que fue en aumento hasta llegar a haber más de sesenta a finales del siglo XVI, siendo mayoritariamente de origen gallego sobre todo de Santiago. Durante toda esta centuria entraron a formar parte de la congregación monjas procedentes de grupos sociales privilegiados o en plena ascensión socioeconómica. Sin duda San Paio fue el monasterio más aristocratizado de Galicia. En el momento de la profesión las religiosas debían pagar una dote muy elevada, ya que se trataba del monasterio con más renombre y prestigio social: “muy ilustre, principal, rico y religioso”, con una estructura económica a la altura de los más importantes de España y semejante a la de los cenobios masculinos, realizándose “los oficios divinos con grande autoridad y música”. La capilla de música se convirtió en una tradición que se mantiene en la actualidad. El interés por el culto solemne se apreciaba también en las continuas adquisiciones de objetos litúrgicos de todo tipo por parte de la comunidad y también por parte de las religiosas a título personal.
San Paio mantuvo un alto nivel económico todo a lo largo de la Edad Moderna, en general con tendencia a crecer. En el tercer cuatro del siglo XVI la rentabilidad económica de los dominios monacales permitió hacer obras importantes en la iglesia medieval e incluso plantear una renovación total, lo que quedó en parte suspenso por la crisis coyuntural de finales de siglo.
En 1630 se retomó la idea de construir un nuevo convento, de modo que en 1641 se firmó un concierto con Jácome Fernández para llevar a cabo el proyecto siguiendo las trazas de Bartolomé Fernández Lechuga. Melchor de Velasco se hizo cargo de las obras en 1658 y poco después, en 1659, se produjo un incendio que arrasó buena parte del monasterio, provocando el endeudamiento de las monjas para hacer frente a su reconstrucción.
En 1687 la vieja iglesia amenazaba ruina por lo que se decidió acometer su reconstrucción. En 1699 comenzaron los trabajos de derribo y al año siguiente se encomendó la obra a Gabriel de Casas por subasta pública, que se comprometió a terminarla en el plazo de cinco años, aunque abandonó la dirección de la obra en 1703 por las continuas tensiones con las monjas y por problemas de pago. Le sucedió provisionalmente Pedro de San Bernardo y hacia 1705 asumió la tarea Pedro García que ya había trabajado para Gabriel de Casas, terminando la iglesia ese mismo año.
El tránsito de los siglos XVII y XVIII trajo problemas económicos por causa de la deflación y las malas cosechas. Por entonces se abrió una vía para que las mujeres de clase media o baja entrasen a formar parte de la congregación como monjas de “velo blanco” que ocupan un lugar secundario con la labor de contribuir a la comunidad con su trabajo. Era una vía muy restringida pues no podían ser más de siete.
En los años veinte del siglo XVIII se inició un período de gran crecimiento económico que se prolongó hasta el final de la centuria, repercutiendo en el aumento del nivel de vida de las religiosas y el la capacidad para afrontar nuevas obras en el monasterio que fueron dirigidas por los arquitectos Fernando de Casas y Lucas Ferro Caaveiro.
En el siglo XIX los ingresos fueron descendiendo paulatinamente al mismo tiempo que aumentaron los gastos por la aparición de nuevos impuestos y contribuciones extraordinarias, así como por la necesidad de hacer frente a grandes imprevistos, ya que en 1825 se derrumbó el coro y en 1827 se produjo un nuevo incendio que arrasó la mayordomía, la portería y varios locutorios. La situación empeoró con la aplicación de las leyes desamortizadoras. En 1836 fueron incautadas todas las rentas del monasterio y por primera vez en su historia San Paio vivió en la pobreza, manteniéndose con pensiones, donativos y limosnas. Esto obligó a las monjas a buscar nuevas fuentes de ingresos, autofinanciándose con el canto en las celebraciones religiosas de la ciudad, con la fabricación de dulces y con la venta de su patrimonio. Tras la exclaustración, que se produjo ese mismo año, San Paio albergó durante un tiempo a carmelitas, dominicas y mercedarias, pues sus conventos habían sido requisados.
La fuerte crisis afectó al mantenimiento del edificio, ya que apenas se podían costear los reparos necesarios. Otros acontecimientos totalmente ajenos a la comunidad vinieron a agravar la situación, así durante la insurrección del año 1846 se hicieron fuertes en el monasterio los sublevados lo que acarreó la destrucción de parte del archivo.
Hacia el último tercio del siglo XIX la comunidad se había reducido a unas 12 monjas y comenzaron a producirse intentos de cambiar las costumbres en el modo de vida con una observancia más estricta y el ejercicio de la vida en común.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, tras volver a estar de nuevo bajo la jurisdicción de los benedictinos, la comunidad afrontó una profunda renovación. El proceso comenzó en el año 1947 cuando la Santa Sede nombró al abad de Monserrat, Aurelio María Escarre, visitador apostólico de todos los monasterios femeninos de la orden. Dado que no existía lazo alguno entre dichos monasterios se decidió crear en 1960 una federación que sin disminuir su autonomía, ni modificar su dependencia de los ordinarios del lugar, sirviese para fomentar la ayuda entre las distintas comunidades tanto en asuntos materiales como en la obra de apostolado y en la formación espiritual e intelectual de las religiosas.
En lo económico la renovación de San Paio tuvo su reflejo en la creación de un colegio de párvulos y una residencia-internado femenina, que junto con las subvenciones recibidas permitieron mejorar la situación y afrontar así una serie de obras menores y de restauración efectuadas en el monasterio. Así mismo, en 1971 se creó un museo de arte sacro y en la década siguiente, se abrió el archivo histórico del monasterio. El museo reúne una interesante colección, con piezas escultóricas y de orfebrería, pinturas, ropajes, libros y manuscritos pertenecientes al monasterio, mayormente de los siglos XVII y XVIII.
Fuentes y bibliografía
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BUJÁN RODRÍGUEZ, María Mercedes, Abadologio femenino: monasterio de benedictinas de San Payo de Ante-Altares, [Santiago de Compostela], Xunta de Galicia, D.L. 2002.
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CALVO DOMÍNGUEZ, Marcelina, IGLESIAS DÍAZ, Carmen, Santiago: San Paio de Antealtares: [catálogo de la exposición en el] monasterio de San Paio de Antealtares, Santiago de Compostela, 24 de junio-31 de diciembre [de] 1999, [Santiago de Compostela], Xunta de Galicia, D.L. 1999.
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