SANTIAGO DE COMPOSTELA, iglesia de San Pedro de Fóra de

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La iglesia de San Pedro en la ciudad de Santiago de Compostela se levantó en el solar que ocupó el monasterio medieval de San Pedro de Fóra, derribado de forma definitiva en el año 1839. Se llamaba así por encontrase fuera de la antigua ciudad amurallada, en el arrabal que se creó en torno al Camino Francés, en cuya margen se encontraba el propio monasterio.

Se conoce cómo fue el templo monasterial por planos antiguos, por descripciones del siglo XIX, por las excavaciones que hizo Guerra Campos en el año 1962, y por otras intervenciones arqueológicas que se realizaron en el año 2002. Fue entonces cuando se acondicionó la plazoleta que actualmente precede a la iglesia colocando en su centro cuatro grandes prismas cuadrangulares, que coinciden con los puntos en que se cimentaban las columnas de la nave central del viejo templo.

El templo del monasterio medieval de San Pedro de Fóra era semejante al de Santa María do Sar, a cuya parroquia pertenecía, ya que disponía de tres naves de planta rectangular divididas en cinco tramos y cabecera con tres ábsides semicirculares, siendo central de mayores dimensiones y estando precedido por un tramo recto correspondiente al presbiterio. Los muros laterales se reforzaban con cinco contrafuertes por cada lado.

Iglesia de San Pedro de Fóra y su entorno.

En el tímpano de la portada principal, que miraba al oeste, estaba situada en el centro la imagen del Padre Eterno, con las de San Pedro y San Pablo colocadas a los lados. En el muro sur había otra puerta que daba a las huertas y a las dependencias del convento. En el muro norte se abría una tercera puerta al Camino Francés, de la que se conserva el tímpano, actualmente empotrado en la fachada de la Masía de Cruanyes, en el Bajo Ampurdán (Cataluña). Es una pieza de granito de forma semicircular que mide un metro con sesenta centímetros de diámetro. Alrededor del semicírculo presenta un tallo ondulante con hojas que repiten peculiaridades del taller del maestro Mateo. Esta ornamentación enmarca un Agnus Dei que tiene entre las patas delanteras una cruz que sobresale por encima del lomo. Delante del cordero hay una flor con botón central y pétalos de perfil recortado con puntos trepanados. En una estrecha franja al pie del tímpano comienza el texto de una inscripción que continúa sobre el propio dintel y que, tal y como afirma Guitián Castromil, reza así:

EGO VEREMU(n)US MARTINI M(o)NACHUS
FECI HUNC PORTALEM ADIUTORIO DOMINI ET ELEMOSINIS
BONORUM IN ERA MCCXL

Es decir: “Yo Veremundo Martínez, monje, hice este pórtico con la ayuda del Señor y las limosnas de los buenos. En la era 1240” (año 1202). Al parecer la inscripción está bastante erosionada lo que dificulta especialmente la lectura de la fecha; es por esto que otros han visto: ERA ICCXI (año 1173), o bien: ERA MCCXXI (año 1183). Ante la puerta norte se alzaba la llamada Cruz do Home Santo, crucero de piedra del siglo XV con trece figuras que hoy se encuentra en la plaza que se abre ante la puerta do Camiño.

En 1813 ya estaban concluidas las obras del nuevo templo neoclasicista que se construyó sobre el presbiterio de la iglesia monasterial aprovechando los materiales de su antigua fábrica. Sus muros son de mampostería enlucida, a excepción del cuerpo central de la fachada principal, los zócalos, los esquinales y los dinteles, en los que se utiliza granito.

La fachada principal, orientada al oeste, destaca por su sobriedad y simetría, distinguiéndose tres partes: las de los extremos, de menor altura que la central y con un vano adintelado en su centro; y, por otro lado, la central que se organiza en torno a un eje vertical determinado por el vano adintelado de acceso, la ventana semicircular que le sigue y el campanario, elevado sobre un alto plinto. Este está formado por un solo cuerpo con doble vano de arco de medio punto que cuenta con sendas ventanas. Está rematado por un frontón triangular coronado por una cruz de piedra.

Fachada de la iglesia.

El edificio es de planta rectangular, consta de una nave central y dos laterales con cabecera adosada en el muro este, sacristía arrimada en el muro sur y coro alto a los pies del templo. La nave principal cuenta con mayor altura que las laterales y están separadas entre sí por arcos formeros de medio punto que se apoyan en los centros en pilares de sección rectangular con granito visto, tanto en la rosca y el intradós del arco como en el pilar. El presbiterio, la nave central y la nave lateral del lado norte se cubren interiormente con bóvedas de cañón de ladrillo enlucido. A los pies de la nave central se encuentra una tribuna alta de madera. La sacristía se adosa al lado sur de la cabecera.

Nave central y cabecera.

En el interior presbiterio está ubicado el retablo mayor de estilo neoclásico, que se eleva sobre un sotabanco de madera que recibe al cuerpo principal de tres calles verticales que rematan en un entablamento partido que recibe un frontón semicircular. Es de madera policromada y a través de la técnica pictórica simulan los materiales nobles como el oro o los mármoles, que inundan la base del conjunto a modo de telón de fondo. El retablo alberga las tallas de San Pedro (en el centro), de San Pablo (a la derecha) y de San Andrés (a la izquierda), que se atribuyen al insigne escultor José Ferreiro (1738-1775. La Virgen con el Niño ubicada en el ático no parece pertenecer al mismo grupo escultórico; en cambio, sí podría pertenecer a ese mismo grupo una imagen de San Juan Evangelista con el águila que lo identifica, colocada en la nave meridional.

Retablo mayor.

Las naves laterales acogen dos retablos gemelos, también de estilo neoclásico, en cuyas hornacinas centrales están ubicadas imágenes que representan el Nacimiento de Jesús (en el retablo del lado sur) y de San Joaquín y Santa Ana enseñando a leer a la Virgen Niña que permanece de rodillas (en el retablo del lado norte). En este mismo espacio se encuentra un segundo retablo dedicado a San José. Las esculturas de estos tres retablos se atribuyen a seguidores de la escuela de José Ferreiro, y pueden fecharse a comienzos del siglo XIX.

Retablo del Nacimiento de Jesús (izquierda) y figuras del retablo de San Joaquín y santa Ana enseñando a la Virgen (derecha).

En la nave del lado sur destaca por la calidad de sus tallas otro retablo que sirve de relicario. En la calle central de su primer cuerpo se encuentra la imagen de San Pedro y sobre él, en la hornacina central del segundo cuerpo, está colocado el busto de un Ecce Homo. A ambos lados se encontraban cuatro pequeñas imágenes representando a los evangelistas, de las que hoy faltan las de San Juan y San Lucas. Colocadas por debajo hay otras cuatro imágenes más que representan a los padres de la iglesia: San Gregorio, San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo.

Imagen de san Andrés, atribuida a José Ferreiro (izquierda) y retablo relicario (derecha).

Entre las piezas de orfebrería que guarda la iglesia, nos dice Yzquierdo Perrín que la más antigua parece ser una custodia con probable punzón del salmantino Villaroel, quien la realizaría en 1722, mientras que del siglo XIX data un cáliz de sobria ornamentación y un copón de plata donado por Pedro Acuña en 1805.Historia

Desconocemos todo lo relativo a la fundación del antiguo monasterio de San Pedro de Fóra. A comienzos del siglo XVI el padre Yepes decía en su Crónica General de la Orden de San Benito que era “un monasterio antiquísimo y alo que se cree, tanto como San Paio y San Martín” y que venía a ser como una decanía incorporada en la iglesia catedral de Santiago, por lo que tuvo rentas suficientes y algunos prioratos que le estaban sujetos. Un siglo más tarde el visitador Jerónimo del Hoyo sostenía que lo había fundado el obispo Sisnando I que ejerció su prelatura entre los años 877 y 920. A finales del siglo XIX el historiador López Ferreiro incluía este monasterio entre los que fueron arrasados por Almanzor en el año 997.

Más recientemente nos dice López Alsina que desde finales del siglo XI el monasterio de San Pedro sería conocido como “de Fóra”, por nacer fuera del que sería el segundo recinto amurallado de Santiago, en el primer suburbio de la ciudad que se habría creado en tiempos del obispo Sisnando I antes del año 915, junto al Camino Francés y en el entorno de la propia abadía.

Más de un siglo después, en el año 1017, nos consta que la reina Elvira de León dono este monasterio al obispo de la iglesia de Santiago. Poco después, en 1028, el rey Vermudo III de León confirmó tal donación.

En la Historia Compostelana (siglo XII) se menciona este monasterio y a su abad. Por la misma época el Códice Calixtino se refiere a San Pedro como la segunda de las diez iglesias que había en la ciudad de Santiago y dice que era una abadía de monjes situada a la orilla del Camino Francés.

Al mediar esta última centuria el papa Anastasio IV confirmó las posesiones de la iglesia compostelana, entre las que estaba este monasterio. Lo mismo hizo el papa Alejandro III en 1178.

En 1199 Urraca Fernández donó en su testamento diez maravedíes para el monasterio de San Pedro, especificando que cinco eran para los monjes y otros cinco Ad ecclesiam nouam, dato que parece confirmar la construcción de una nueva fábrica edilicia en torno a esta época, tal como se desprende de del análisis estilístico del tímpano correspondiente a la portada norte de la antigua iglesia monasterial conservado en Cataluña, y también de la inscripción latina que se hallaba sobre esta misma portada.

Casi un siglo después, concretamente en el año 1276, en el testamento del cardenal de Santiago Lorenzo Domínguez se vuelve a mencionar la iglesia de San Pedro entre otras de la propia ciudad de Santiago a las que el cardenal otorgó diversas mandas.

En 1334 parece que se estaba obrando de nuevo en la misma iglesia, ya que nos consta que en esa fecha Leonor González dejó un legado para ayudar a costear los gastos correspondientes.

En la segunda mitad del siglo XV San Pedro de Fóra se vio afectado por las guerras y revueltas que se habían producido en Santiago. Así en un documento del año 1460 se dice que el pazo que estaba dentro del monasterio y parte de su claustro estaban muy ruinosos por dicha causa, sin que hubiese recursos para su restauración y mantenimiento. La situación debió empeorar cuando un año más tarde el conde de Trastámara, Pedro Álvarez, se negó a reconocer la autoridad del recién nombrado arzobispo de Compostela, Alfonso II de Fonseca, cerrándole las puertas de la ciudad. Por ello las gentes de armas del arzobispo, junto con el conde de Lemos y otros nobles gallegos, tomaron posiciones en los conventos de Belvís, Sar, San Domingos y San Pedro de Fóra, poniendo cerco a la población.

A finales de esta última centuria los Reyes Católicos decidieron impulsar la reforma de las órdenes religiosas. En 1487 obtuvieron una bula particular del Papa Inocencio VIII para unir el monasterio de San Martiño Pinario a la Congregación de San Benito el Real de Valladolid. La bula contemplaba también la creación de un gran hospital para pobres y peregrinos en la ciudad de Santiago, que en principio se pensó estaría a cargo de la propia comunidad de San Martiño, con este fin le fueron anexionados los monasterios compostelanos de San Pedro de Fóra y de San Paio Antealtares; la anexión fue confirmada en 1493 por el papa Alejandro VI.

El que era por entonces abad de San Pedro, Juan de Mandaio, se opuso hasta su muerte a los mandatos papales, de manera que no fue hasta el año 1495 que este monasterio con todas sus rentas y sus filiales de San Antoniño de Baíñas y de San Xusto de Cornado quedaron efectivamente unidos a San Martiño Pinario. El papa León X confirmó de nuevo la anexión en 1518.

En lo sucesivo el monasterio de San Pedro de Fóra sufrió un progresivo abandono que llevó a ruina definitiva de sus edificios y así, nos consta que a mediados del siglo XVIII hubo que rebajar las paredes de su iglesia hasta más de la mitad, porque se temía el derrumbamiento del techo.

En el año 1804 en el solar de la iglesia medieval, aprovechando sus materiales, se comenzó a construir un nuevo templo neoclasicista. En 1805 dirigió las obras el padre Elías y en 1813 ya estaban concluidas. En esa última fecha el concejo solicitaba la utilización del atrio como cementerio provisional y ya en 1839 determinó la demolición de lo que quedaba del viejo monasterio, decidiendo aprovechar las canterías en obras de pavimentación en la ciudad. Para eso se solicitó al “Administrador de Amortización […] que se sirva mandar demoler […] las antiguas y ruinosas tapias de lo que fue Capilla de San Pedro”.

Uría Ríu dice que, interpretando cierta lápida funeraria encontrada entre los escombros de San Pedro de Fóra, suponen algunos que el antiguo monasterio tendría un cementerio en el que se enterrarían “los pobres y peregrinos que fallecían en su hospital”. En cualquier caso, es factible pensar que el monasterio dispusiese cuando menos de una hospedería para alojar a los peregrinos, que se quedasen de noche ante la entrada de la ciudad esperando a que se abriesen sus puertas con el día.

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