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El monasterio de Santo Agostiño fue edificado en el primer tercio del siglo XVII, próximo a la Porta do Camiño, punto en que el Camino Francés desembocaba en el interior del antiguo recinto amurallado de la ciudad de Compostela, al sudeste de la llamada Vía Francígena que conducía directamente a la catedral. Por lo tanto, el monasterio se edificó intramuros, sobreponiéndose a la propia muralla y al solar de la antigua ermita de Nosa Señora da Cerca. Los agustinos abandonaron el monasterio tras la promulgación del Decreto de exclaustración de 1835. Con todo, la iglesia se mantuvo abierta al culto mientras que las antiguas dependencias del convento que se articulaban en torno al claustro se destinaron desde entonces a muy diversos usos. Actualmente albergan el colegio mayor que tienen los jesuitas para residencia de estudiantes universitarios y también, la Escuela de Arte y Superior de Diseño Maestro Mateo.
La iglesia de Santo Agostiño, de estilo barroco clasicista, está adosada al lado sur del claustro del convento. La fachada principal fue encargada a Jácome Fernández hijo y está formada por tres calles, correspondiéndose las laterales a sendas torres y la central, se compone de dos cuerpos superpuestos que se corresponden en el interior con la nave principal. El primer cuerpo está compuesto por dobles columnas de orden toscano dispuestas sobre pedestales y su correspondiente entablamento. Los intercolumnios se decoran con casetones y tarjetones en resalto. En el centro se halla una puerta rectangular, decorada con baquetón acodado con un marco ornamentado con ménsulas, sobre las que discurre una cornisa seguida de una hornacina en forma de venera coronada por un frontón curvo. En ella está ubicada la talla pétrea de Nuestra Señora de la Cerca. Entre el primer cuerpo y el registro del tramo central discurre un entablamento decorado con metopas y triglifos y las columnas adosadas al muro que flanquean la calle central continúan en el segundo registro, siendo rematadas con pedestales rematados en pináculos de jarrón.
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| Fachada de la iglesia de Santo Agostiño. |
El segundo cuerpo se acomoda sobre una faja de tarjetones en resalto en la que sobresalen los pedestales sobre los que se colocan dos columnas corintias de fuste liso. A ambos lados de este segundo cuerpo nacen dos alerones, muy planos, con rehundidos y resaltos de tipo marquetería que enmarcan, además de las correspondientes columnas, una ventana rectangular sobre la que se eleva un entablamento decorado con casetones cuadrados rehundidos y, sobre él, se eleva un gran frontón partido en el que campea un gran escudo que ostenta las armas del VIII conde de Altamira, Gaspar Moscoso Osorio, patrocinador del convento. El escudo está formado por cuatro cuarteles: en el primer cuartel se encuentra una cabeza de lobo (símbolo de los Moscoso); el segundo cuartel cuenta con una banda de sable (símbolo de la familia Sandoval); el tercer cuartel está constituido por dos lobos puestos en palo (símbolo de los Osorio) y, por último, el cuarto cuartel está compuesto por cinco estrellas de ocho rayos (símbolo de la familia Rojas). Por encima del frontón sobresale el triángulo del tejado, rematado con cuatro pináculos o acróteras con pirámides y una cruz en el vértice.
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| Alzado del lado meridional de la iglesia y del monasterio. (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000). |
La torre del lado norte de la fachada fue destruida por un rayo en el siglo XVIII, por lo que solo conserva el comienzo del cuerpo de campanas de planta cuadrada. En la parte inferior, bajo de una cornisa, se abre un óculo circular enmarcado por un grueso marco y sobre la cornisa se mantienen en pie las bases y el arranque de las dobles pilastras lisas. Encima del cuerpo de campanas se alzaba un segundo —en la actualidad destruido— que era de planta octogonal cubierta con una pequeña cúpula de media naranja. La torre del lado sur conserva íntegro el cuerpo de campanas, que nace a mayor altura que el de la otra torre y sus esquinas se cortan en chaflán, configurando una planta octogonal. En cada uno de los lados, grandes arcos medio punto cobijan parejas de arcos más pequeños, también de medio punto, que al este y oeste se abren para permitir el volteo de las campanas. El último cuerpo de la torre está destruido y de él no queda más que una balaustrada pétrea circundando el perímetro de la torre.
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| Planta del monasterio y de la iglesia (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000). |
En el interior, la iglesia se organiza en torno a una sola nave dividida en tres tramos, con capillas laterales. La cabecera es tripartita disponiéndose la capilla mayor en el espacio central. En alzado, la cabecera y el crucero destacan sobre la nave constituyendo el cimborrio la parte más alta de la iglesia. La nave central está cubierta con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones. A sus pies, sobre el nártex de la entrada cubierto con bóveda de arista, se levanta un coro alto con balaustrada pétrea sobre un arco escarzano. Este espacio recibe luz del exterior a través de un gran ventanal rectangular que da a la fachada principal de la iglesia. Al sur de la entrada, con la que se comunica a través de arco de medio punto, se encuentra una estancia baja cubierta por bóveda de arista e iluminada por una ventana rectangular, que acoge la imagen procesional del Sagrado Corazón. Al norte se halla un segundo espacio del que arranca la escalera de acceso al coro alto y a las torres. La nave central se abre a las capillas laterales mediante grandes arcos formeros de medio punto, entre los que median machones cuadrangulares con pilastras de orden toscano. Los arcos y las pilastras presentan la misma decoración de casetones en relieve que encontramos en la cúpula y en el crucero.
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| Interior de la iglesia, vista de los pies de la nave central. |
Las capillas laterales, de planta cuadrangular, se cubren mediante bóvedas de arista. Tuvieron tribunas altas que fueron desmontadas, de modo que en la actualidad su altura resulta ser desproporcionada. Las capillas se comunican entre sí por medio de arcos de medio punto que se abren en sus muros laterales.
Sobre el crucero de la iglesia se eleva una enorme cúpula de media naranja directamente apoyada sobre pechinas lisas. Cuenta con un óculo central y el intradós dividido en hileras de grandes casetones resaltados en relieve. El alzado del crucero se articula por medio de pilastras de orden toscano con arcos de medio punto colocados sobre impostas. Los fustes de las pilastras y el intradós de los arcos están decorados, al igual que la cúpula, con casetones en resaltados. En los extremos de los brazos del crucero se encuentran dos capillas cuadrangulares cubiertas por sendas bóvedas de cañón.
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| Cúpula del crucero. |
La capilla mayor se abre al crucero a través de un arco de medio punto de tipo triunfal presidido por las esculturas de San Ignacio y San Francisco Javier, ambas son obra de Cástor Lata de mediados del siglo XX. Tiene planta cuadrangular, está cubierta con bóveda de cañón y en sus muros laterales, sobre las puertas adinteladas que dan acceso a las dos sacristías, se abren sendas balconadas con arcos de medio punto y balaustradas de madera voladas que permitían tener un espacio cerrado y privado desde el que los condes de Altamira, fundadores y patrocinadores del templo, podían asistir a la liturgia.
El retablo que preside la capilla mayor se levanta sobre un zócalo de jaspes y mármoles realizado en 1671 por Miguel de Herbay, un marmolista flamenco avecinado en la ciudad de Santiago. Es posible que este zócalo sirviese de base al retablo de la primitiva ermita de Nuestra Señora de la Cerca, realizado por Juan de Báscoas en 1628 y remodelado por Bernardo Cabrera en 1631, siendo posteriormente trasladado a la capilla mayor de la nueva iglesia. No obstante, según Otero Túñez, el retablo que hoy podemos ver es obra originaria de Pedro de Taboada, discípulo de Mateo de Prado, quien probablemente lo terminase en el año 1701.
De estilo barroco, se compone de un cuerpo principal con una calle central flanqueada por cuatro columnas salomónicas gigantes que se alzan sobre un pedestal dispuesto en distintos planos. El pedestal se decora mediante sartas de frutas y cabezas de ángeles y las cuatro columnas de fuste helicoidal están ornadas con pámpanos de vid. En la parte baja de la calle central se encuentra el tabernáculo realizado en el siglo XIX por Manuel de Prado, que recuerda a un templete clásico con cuatro columnas salomónicas de seis vueltas decoradas con pámpanos de vid. Las columnas sostienen el anillo de arranque de una cúpula semiesférica coronada con la figura de la Fe.
En la base del conjunto se ubican ángeles tenantes que portan en sus manos un enorme paño haciendo referencia al corporal. El Sagrario se eleva sobre una peana poligonal y tiene una pequeña puerta con arco de medio punto flanqueada por columnas salomónicas de tres vueltas, representándose en la parte central de la puerta, la escena del pelícano sagrado. Sobre el Sagrario se abre una hornacina con arco de medio punto que alberga la imagen del corazón de Jesús, realizada por José Rivas en el año 1919. Esta escultura sustituyó a la imagen de la Virgen de la Cerca, que anteriormente presidía la iglesia y de la que solo se conoce que era de pequeñas dimensiones (apenas medio metro) y que estaba sostenida sobre las cabezas de cuatro gansos. Se presume que seguía la tipología de la talla de la Virgen que aparece en la fachada principal, siendo en este caso una imagen de vestir.
Sobre el cuerpo principal del retablo discurre el entablamento que está decorado con florones y es interrumpido a la altura de la calle central debido a una enorme tarja dispuesta en sentido vertical. Sobre el entablamento se alza una cornisa quebrada en la que se asienta el ático. El ático presenta un remate semicircular a modo de frontón con una venera abierta en forma de abanico. La venera se cobija mediante un arco de medio punto con profusa decoración entre la que asoman seis cabezas de querubines que flanquean el rosetón central con el monograma de la Compañía de Jesús.
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| Retablo mayor. |
La capilla del brazo sur del crucero está presidida por el retablo del Ecce Homo. La talla del cristo es obra del primer tercio del siglo XVIII atribuida por Murguía a Diego de Sande, artista perteneciente al círculo de Mateo de Prado y su modelo iconográfico se relaciona con el taller de de Gregorio Fernández. El retablo, se levanta sobre un zócalo y a continuación una predela realizada en mármoles rojizos y grises a la que antecede una mesa de altar fabricada con el mismo tipo de mármoles. En el centro de la predela se dispone un pequeño Sagrario. Encima de la predela se disponen cuatro columnas salomónicas doradas que sostienen un entablamento quebrado y adornado por una tarja y encima, una cornisa volada. En medio de las cuatro columnas salomónicas se abre una hornacina dispuesta para albergar en su interior a la imagen procesional del Ecce Homo. El ático se alza mediante dos columnas salomónicas que flaquean una hornacina en la que se encuentra la escultura del santo jesuita Francisco Borja. El remate de este cuerpo se hace a través de un entablamento curvado y una cornisa. A ambos lados del ático, se pueden ver dos volutas y todo tipo de elementos decorativos de carácter vegetal.
En la capilla del brazo norte del crucero se encuentra el retablo de la Inmaculada realizado en la década de 1740 relacionando su diseño con el taller de Simón Rodríguez. En el cuerpo bajo del retablo, la predela está presidida por un altar realizado en mármoles rojizos y grises y en el centro de esta se ubica el Sagrario que sirve como referencia para ubicar cuatro plintos dorados y decorados en la parte baja con tarjas vegetales y en la parte superior con cabezas de angelotes. Sobre la predela se alza el cuerpo principal de tres calles, separadas las laterales de la central mediante dobles columnas corintias de fustes profusamente decorados por medallones y elementos vegetales.
En el intercolumnio central, se abre una hornacina con remate en forma de media cúpula donde se encuentra la imagen de la Inmaculada, obra de López Pedre, siguiendo los modelos de Murillo. Un entablamento quebrado de cornisa volada sirve de base para la disposición del cuerpo alto del retablo o ático, que se alza mediante dos columnas de fustes profusamente decorados. En el centro se puede ver la imagen de una santa mártir cobijada en una hornacina con forma de arco de medio punto y en los laterales se encuentran dos medallones con las imágenes de un hombre y una mujer. El remate de este último cuerpo se resuelve mediante un escudo con el anagrama de María.
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| Retablo de la Inmaculada. |
El retablo de la Sagrada Familia está situado en la primera capilla del lado norte, fruto del eclecticismo del primer cuarto del siglo XX. Está formado por un único cuerpo que se coloca sobre un zócalo de mármol rojo y gris, donde se ubica la imagen del Niño Jesús en una urna y, en los extremos del zócalo, están situados ángeles turiferarios anuncian el final trágico de Cristo. En el único cuerpo del que consta el retablo se representa la escena de la presentación de Jesús en el templo. A ambos lados, una serie de personajes nimbados realizan actividades cotidianas como barrer, atender al ganado, trabajar con la madera, etc. Por último, en la parte superior se representa el mundo celestial, de ahí que aparezca un haz de nubes con ángeles y en el medio la representación de la Santísima Trinidad. Junto a este retablo se encuentra una imagen esculpida de san Luis Gonzaga, santo jesuita.
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| Retablo de la Sagrada Familia. |
En la segunda capilla del lado norte se halla el retablo de Santa Rita realizado en el año 1719. A esa época pertenece tanto la imagen de la santa titular como las imágenes de San Agustín y Santa Mónica colocadas en las hornacinas laterales, cuyo repertorio formal se ha relacionado con Domingo de Andrade, mientras que el alto relieve de la Inmaculada que preside el ático responde a un modelo dieciochesco más avanzado, que Otero Túñez pone en relación con Palomino. La composición del retablo se articula en torno a un zócalo de mármol rojizo y una predela sobre la cual se alzan dos cuerpos de madera sobredorada. En medio de la predela y ocupando también parte del cuerpo del retablo, se sitúa una pequeña imagen de la Virgen con el Niño. El primer cuerpo consta de tres calles separadas por seis columnas salomónicas, cuatro flanqueando la hornacina central y las otras dos colocadas en los extremos. En la calle central, se ubica la imagen de Santa Rita resguardada en una hornacina con forma de arco de medio punto y con el intradós decorado con cabezas de angelotes. Sobre este primer cuerpo discurre un entablamento quebrado y decorado con tarjas que remata con una cornisa volada. Por último, el segundo cuerpo se concibe en forma de frontón semicircular. En él se halla, situada en la parte central, la imagen en alto relieve de la Inmaculada flanqueada por columnas salomónicas, que hacen que el cuerpo del ático se venga hacia adelante. A ambos lados de este segundo cuerpo, se disponen dos alerones con un medallón en cada lado donde se recoge una inscripción que hace referencia al año en que se realizó el retablo.
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| Retablo de santa Rita. |
El retablo del Cristo de la buena muerte preside la tercera capilla del lado norte. Fue realizado hacia el año 1920 por J. Rivas. Está presidido por un grupo escultórico que tiene como fondo un telón con un marco dorado que representa la crucifixión de Cristo con las imágenes de la Virgen María y San Juan al pie de la cruz. La escena está cargada de un fuerte naturalismo y a la vez dramatismo a través de los rostros y los gestos tanto de María como de san Juan. Al pie del conjunto se dispone un altar realizado con mármoles rojizos y grises que cobija en una urna de cristal el cuerpo de Cristo yacente mostrando sus llagas.
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| Retablo del Cristo de la buena muerte. |
El convento del antiguo monasterio se organizaba en torno a un claustro barroco, situado al norte de la iglesia. Vega y Verdugo dejó constancia de que el proyecto inicial, realizado por Jácome Fernández para este claustro, fue modificado totalmente por González de Araújo y Fernández Lechuga. A las líneas estilísticas de este último, responde el modelo arquitectónico bramantesco y la estética clasicista que se reflejan en su construcción.
El claustro tiene planta cuadrangular. Consta de dos cuerpos superpuestos, divididos en seis tramos de desigual anchura. En el cuerpo bajo, el paramento se articula por medio de columnas toscanas adosadas y levantadas sobre un pedestal. En los intercolumnios, se abren grandes ventanas con arcos de medio punto dispuestas sobre impostas. El primer cuerpo se separa del segundo mediante un entablamento formado por un friso con triglifos de dos estrías y metopas lisas, al que se sobrepone una cornisa decorada con dentículos. En el segundo registro se repite el mismo esquema; sin embargo, en este caso se opta por ventanas más pequeñas de arcos de medio punto dispuestas sobre impostas corridas y flanqueadas por columnas toscanas de base ática con su correspondiente pedestal. El remate de este segundo cuerpo se hace a través de un entablamento compuesto por un friso decorado con recuadros rectangulares resaltados o rehundidos alternativamente y una cornisa volada con dentículos que van marcando los tramos. Sobre la cornisa, se disponen una serie de gárgolas y pináculos de doble pirámide rematados en bola.
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| Claustro barroco. |
Las crujías del cuerpo bajo se cubren con bóvedas de arista separadas entre sí por arcos fajones que se apoyan sobre ménsulas molduradas. La decoración en ambos cuerpos, se limita prácticamente a recuadros resaltados tanto en los pedestales y parapetos como en las enjutas. En los pedestales centrales del segundo cuerpo, podemos ver en los lados norte y sur un escudo con el corazón flechado símbolo de los agustinos, mientras que en los lados este y oeste se encuentran otros dos escudos con cabezas de lobo, símbolo de los Moscoso que hace referencia a la familia de los Altamira como fundadores del convento. En el siglo XX se construyó un nuevo piso alto sobre tres de los lados del claustro; mientras al norte y al oeste este piso aparece retranqueado, en el lado sur se abrieron directamente sobre la cornisa del antiguo tejaroz, una serie de ventanas rectangulares flanqueadas por columnas toscanas que soportan un entablamento sobre el cual se disponen pináculos piramidales rematados en bola.
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| Crujía meridional del clautro. |
También en el siglo XX se reformó por completo la fábrica de las distintas dependencias del antiguo convento, no obstante, se conservan en la fachada principal dos portadas de acceso con frontones partidos. Sobre una de estas portadas campean tres escudos; dos de ellos pertenecen a los Moscoso, mientras que el que está colocado en el centro es un escudo arzobispal que tiene en su campo el corazón flechado de los agustinos. Esta última portada, lo mismo que la escalera principal del convento, fueron proyectadas y ejecutadas por el arquitecto Juan López Freire “el Menor”, en el año 1791.
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| Portada principal del convento. |
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| Alzado del frente posterior del convento. (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000). |
Historia
La historia de este monasterio se remonta al primer tercio del siglo XVII cuando los agustinos de Arzúa se trasladaron a Santiago. En un principio pensaron instalarse en el monasterio de San Pedro de Fóra, sin embargo, acabaron por establecerse en una casa inmediata a la ermita de Nosa Señora da Cerca, junto a los muros de la ciudad, muy cerca de la puerta del Camino Francés. El ayuntamiento se mostró complaciente en todo momento con la comunidad, por eso les cedió una plaza, una calle y tres casas próximas a la ermita para que en aquellos solares pudiesen edificar el claustro y las celdas de un nuevo convento. La donación de ermita a nombre del primer prior agustino de Santiago, Francisco Villagutiérrez, se hizo en el año 1617 bajo el arzobispado de Juan Beltrán de Guevara.
Desde un primer momento el monasterio da Madalena de Arzúa, de donde provenían los monjes agustinos, se incorporó con sus rentas y con su hospital de peregrinos al monasterio compostelano y siguió unido a él hasta la llegada de la desamortización en el siglo XIX, aun cuando no quedaban ya religiosos en Arzúa.
El monasterio de Santo Agostiño de Santiago se comenzó a levantar en el año 1618. Jácome Fernández, fue el primero en abordar la tarea acometiendo la construcción del claustro. Tras su muerte en 1619 continuó con el empeño su propio yerno Melchor Vidal.
En 1626 murió el arzobispo compostelano Agustín Antolínez, miembro de la Orden de San Agustín, dejando una donación al convento de Nosa Señora da Cerca. Con todo y eso, el convento estableció pleito con los testamentarios, reclamándoles seis mil ducados que el arzobispo les había prometido previamente, mediante una carta firmada el año anterior a su muerte. En el transcurso del contencioso los frailes presentaron varios testigos que declararon acerca del gran interés que Antolínez tenía por aumentar y hacer una grandiosa obra en el convento y de los proyectos de protección que hacia él abrigaba.
Lo cierto es que fue el VI conde de Altamira, Lope Moscoso Osorio y Castro, quien asumió el patronazgo del convento en el año 1632. Por entonces era su prior Felipe de Gándara, genealogista, historiador y primer cronista oficial de Galicia.
En el informe que ese mismo año le remitió al conde su administrador, Rodrigo de Leis Pulleiro, se dice que era muy pobre lo que el prior tenía adquirido hasta entonces y que lo de más consideración era la hacienda de Lope Osorio de Mercado quien, después del ingreso de su hijo en la orden de los agustinos, había donado su hacienda para la obra del convento y para dotar una capilla para su propio enterramiento junto a la capilla mayor de la iglesia que estaba por edificar. En cuanto a la marcha de las obras se hace constar en el mismo informe que, aun cuando se habían comenzado quince años atrás, no estaba hecha ni la tercera parte del convento, habiéndose construido una sacristía más capaz junto a la antigua ermita. El conde ordenó entonces disponer su patronato, mandando que se diese a los agustinos la casa y huerta que él poseía de fuero del monasterio do Sar, que estaba junto al convento de Nosa Señora da Cerca, para que se comenzase a levantar en ese sitio la fábrica de la nueva iglesia; había ahí una capilla dedicada al Santo Cristo sujeta al ordinario y al párroco del lugar que, por expresa elección del conde, se trasladaría al altar colateral de la nueva capilla mayor, del lado del evangelio. Así mismo, el conde ofreció un juro sobre las alcabalas de Santiago de quinientos ducados de renta, otro sobre un lugar en las Marinas de 175 reales, más 199.748 maravedís sobre unas deudas que su administrador conocía y cuarenta y una cargas de trigo y centeno. A cambio exigió, entre otras cosas, el patronato in solidum con el derecho de transmitirlo a sus hijos, herederos o personas que él designase; quiso también que le fuesen aplicadas numerosas misas por su alma y la de la condesa difunta y pidió tener paso desde su casa a una tribuna o más de la iglesia, además de que sus armas se colocasen en todas las partes del convento, dentro y fuera de él y que nadie se pudiera enterrar en la capilla mayor, debiéndose construir bajo ella una cripta para sepultura de sus criados y allegados. Finalmente estipuló que la nueva iglesia fuese dedicada a la advocación de “Nuestra Señora de la Cerca de Baldomar” y que su imagen se trasladase de la vieja ermita al altar de la capilla mayor.
En ese mismo año de 1632 los arquitectos Francisco González de Araujo y Bartolomé Fernández Lechuga realizaron los planos de la nueva iglesia introduciendo un gusto clasicista, que acabaría por imperar también en la fábrica del claustro concluida por el propio Fernández Lechuga. Entre los años 1642 y 1648 Jácome Fernández “hijo” terminó la iglesia habiendo realizado la cúpula del crucero, además de los arcos torales y bóveda de la nave principal.
No muchos años después, la capacidad del convento resultaba ser ya insuficiente para albergar una comunidad que iba en aumento progresivo. De este modo, en 1656 se solicitó al ayuntamiento el permiso para intervenir sobre la muralla de la ciudad y poder así construir las paredes de dos cuartos nuevos.
Por esa época, se acogió en la iglesia de Santo Agostiño a la cofradía de estudiantes de San Nicolás de Bari, de la que fue su primer rector Diego de Ozores, hijo del conde de Priegue, quien instituyó la cofradía en 1686 con la intención de devolver la unión y armonía al seno del cuerpo escolar y poder garantizar así la pública tranquilidad de la ciudad, “que turbaban los estudiantes con escandalosos vítores que producían motines continuos, muertes violentas y otros lastimosos efectos diurnos y nocturnos”; los cofrades de San Nicolás permanecieron en Santo Agostiño poco más de un siglo.
En los años finales del siglo XVII, los agustinos intentaron volver a ampliar la zona residencial del convento, junto con su corral, extendiéndose esta vez hacia el lado norte hasta la rúa da Oliveira. No obstante, la ciudad comenzó a levantar en ese mismo sitio un cuartel, lo que hizo que el proyecto de ampliación del convento se aplazase hasta que en 1739 se decidió trasladar a los militares y sacar el edificio castrense a pública subasta, siendo los agustinos los que presentaron la puja más alta haciéndose con el inmueble en el año 1743.
Posesionado el convento de la casa cuartel, comenzaron inmediatamente las obras de derribo y ensanche, en las cuales debían entrar dos casas más de particulares. Hasta entonces los frailes se habían estado quejando de la estrechez del espacio en que se veían obligados a vivir, alegando que su iglesia era una de las que más devoción tenía en la ciudad y a la que acudían el mayor número de gentes, por lo que debían atender anualmente muchas funciones festivas y fúnebres, siendo necesario que hubiera no menos de cincuenta religiosos para cumplir debidamente con las funciones religiosas y los actos de comunidad, sin que hubiera para ellos sitio suficiente dentro del convento, llegando a haber en la práctica treinta y tres celdas para acoger a cincuenta y cuatro personas. En 1752 consta en el Catastro de Ensenada que había en este monasterio cincuenta y dos religiosos.
En 1788 hubo grandes destrozos cuando a consecuencia de una tormenta se cayó por completo una de las torres de la iglesia de Santo Agostiño, arruinando al mismo tiempo la torre vecina y llevándose por delante todo el coro y parte del templo, además de afectar al claustro del propio monasterio y a muchas de sus dependencias. Se dio entonces permiso a la comunidad para que por término de un año pudiesen pedir limosna en los obispados de Galicia para poder así costear las obras de reparación. No obstante, nunca se llegaron a reedificar los cuerpos últimos de ninguna de las dos torres que aún hoy en día aparecen desmochadas.
A comienzos del siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas ocuparon el monasterio y lo saquearon. Por entonces, los agustinos fray José Rajó y fray Juan de la Iglesia, después de hablar de los malos tratamientos inferidos a los religiosos, dicen que se vieron obligados a abandonar el convento “apoderándose enseguida los franceses de sus piezas, metiendo los caballos en la iglesia y sacristía, violentando las puertas, alacenas, cajones, rompiendo los cuadros, espejos, mesas de altar, confesonarios y otras varias alhajas, inutilizando el órgano, echando por las ventanas los libros, y, lo que es más sensible, los papeles del archivo, de modo que todo quedó en una total desolación”. Todo ello tuvo que ser repuesto al término de la guerra.
Algo más tarde, en 1834, en el informe en que se dio cuenta de los conventos que los agustinos tenían en la provincia de Castilla consta que el de Santiago era uno de los cuatro que había en Galicia, junto con los de Sarria, A Coruña y Pondeume. Se dice del convento compostelano que estaba situado intramuros de la ciudad y era casa matriz para dar hábitos y hacer profesiones; se enseñaba en él a religiosos filósofos por el autor titulado Lugdunense, y teología para religiosos y seculares por la Teología del P. Mtro. Berti, compendiada por Buzio. Se enseñaba, también, Teología Moral a los religiosos y seglares por la del Cliquet, ilustrada por Belza. Había dos lectores y cada uno explicaba una de las ciencias mencionadas. No había, en cambio, cátedra de Teología General. En cuanto al número de religiosos se especifica que en 1808 se contaban ordinariamente treinta y seis, en 1820 eran veintiséis y en ese año de 1834 había un total de veintiocho, seis de ellos jubilados. Tan solo un año después, en 1835, todos ellos tuvieron que abandonar definitivamente el monasterio tras ser promulgado el decreto de exclaustración. En el inventario que realizó entonces la Junta de Expropiación consta que, a pesar del estado de ruina en que se encontraban algunas de las dependencias monacales, existía una biblioteca con más de tres mil volúmenes inventariados.
Tras la exclaustración las diversas edificaciones del monasterio fueron dedicadas a distintos usos de carácter profano, habiendo albergado a lo largo del siglo XIX entre otras cosas un cuartel de infantería, un asilo de mendicidad, una escuela municipal, un liceo artístico y literario y las oficinas de la recién fundada Caja de Ahorros a las que se entraba por la plazuela de la Oliveira. Mientras tanto, la iglesia del antiguo monasterio se mantuvo abierta al culto.
En 1916, durante el pontificado del cardenal Martín de Herrera, se les concedió a los padres jesuitas el uso perpetuo e independiente de la iglesia de Santo Agostiño, pasando a ser los poseedores del inmueble. En esta fecha el coro se redujo a la mitad, se suprimieron las tribunas que había sobre las capillas que quedaron con libre comunicación entre sí, lo cual antes estaba impedido por sus altares, y se abrieron ventanales en el muro de mediodía. Fue en este momento cuando se perdieron gran parte de los retablos de la iglesia.
Actualmente una parte del que fuera convento se ha convertido en colegio mayor para albergar a estudiantes universitarios, lo que implicó que se le añadiese al claustro clasicista un piso alto con la intención de ampliar las dependencias colegiales. En la parte del convento que se vino a llamar “del claustro nuevo” se encuentra instalada desde el año 1946 la Escuela de Arte y Superior de Diseño “Maestro Mateo”; el aspecto que hoy en día tiene el edificio de la escuela se debe a un proyecto de acondicionamiento y ampliación realizado en 1958 por el arquitecto Pons-Sorolla.
Fuentes y bibliografía
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