SANTIAGO DE COMPOSTELA, monasterio de San Domingos de Bonaval de

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El monasterio dominico de San Domingos de Bonaval se encuentra las proximidades de la llamada Porta do Camiño, punto en que el Camino Francés entraba dentro del antiguo recinto amurallado de la ciudad de Compostela. En el siglo XIV el monasterio cambió la advocación de Santa María por la de Santo Domingo. El edificio se concibió extramuros, sobre un alto en la vertiente suroeste del monte da Almáciga, en la margen septentrional del Camino. Sus orígenes se remontan al primer cuarto del siglo XIII, aunque las obras de construcción y remodelación no concluyeron hasta el siglo XVIII.

Monasterio de San Domingos de Bonaval.

Los dominicos abandonaron el monasterio en 1835 tras la promulgación del decreto de exclaustración. A lo largo de la historia tanto la morfología como la funcionalidad de los edificios de San Domingos de Bonaval han cambiado sustancialmente hasta llegar a la actualidad, restringiéndose el culto a la capilla de la cofradía del Rosario, instalándose en las antiguas dependencias monacales diversas instituciones y organismos de carácter cultural y administrativo.

Dentro de lo que fue el antiguo monasterio se diferencia claramente el espacio dedicado al culto, integrado por la iglesia junto con sus capillas adyacentes, del espacio del convento donde se desarrollaba la vida de comunidad religiosa. El convento se articulaba en torno al claustro al que se abrían las estancias destinadas a  los dormitorios de los monjes distribuidos en celdas, también la cámara abacial, la sala capitular, la hospedería, los comedores o refectorios, la biblioteca, el archivo, la botica, la cocina, las bodegas y las despensas.

En cuanto a la iglesia, cabe mencionar que su fachada principal (oeste) del siglo XIII fue desmantelada; sin embargo, a ella podría pertenecer un tímpano (hoy conservado en el museo de la catedral compostelana) que representa la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. En la parte central del relieve, que está muy desgastado, aparece la imagen de Cristo montado sobre el asno en actitud de bendecir, además de sujetando una palma con la otra mano. Es recibido por siete personajes: a la izquierda se encuentran seis apóstoles, entre los que destacan las figuras de San Pedro, San Pablo y el que probablemente sea Santiago. Esta temática es excepcional en los tímpanos góticos, si bien es más que adecuado para una portada que podría tener justificación dentro del propio contexto urbano por estar este convento emplazado junto al Camino Francés, próximo a la puerta del Camino, por donde accedían a la urbe los peregrinos. Esta representación simbolizaría el adventus de estos a Compostela a las que se sumaban dos dovelas con las imágenes de Dios Padre y de Santo Domingo, que se conservan en el museo provincial de Pontevedra, y todo indica que formaron parte de esta misma portada, por lo que su cronología se acerca a mediados del siglo XIII.

Perspectiva del monasterio. (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000).

El arquitecto tuvo en cuenta el emplazamiento privilegiado del monasterio y supo sacar partido al eje de perspectiva dominante. Así, dado que la fábrica de la iglesia quedaba ligeramente retranqueada con respecto al citado eje, lo que hizo Andrade fue construir un nuevo pórtico que, a modo de vestíbulo, se antepuso a la entrada del templo medieval entonces derribada. Tras este, y sobre el ángulo noroeste de la iglesia, se levanta la torre del campanario financiada por el mismo Monroy. A pesar de no haber constancia documental, el estilo de la torre apunta de forma clara a la mano de Domingo de Andrade (quien la levantaría a comienzos del XVIII). Con su cuerpo decreciente y el remate octogonal, la torre constituye un reclamo visual desde los alrededores. Consta de un cuerpo que remata en balaustrada pétrea, espacio en el que acoge a un volumen prismático horadado en sus cuatro caras por arcos de medio punto que generan un interior abovedado para el volteo de las campanas. Este volumen, rematado en una balaustrade de menor entidad que la inferior, recibe a un cuerpo octogonal cupulado coronado por un pináculo con una cruz metálica.

La primera iglesia que tuvo el monasterio, consagrada hacia el año 1230, fue derribada para edificar en su lugar un nuevo templo con una cabecera de mayores dimensiones. La fachada que hoy precede a la iglesia de San Domingos fue diseñada y construida a principios del XVIII bajo la financiación del arzobispo Antonio de Monroy, previo diseño del arquitecto Domingo de Andrade. Se articula en torno a una portada central definida por un arco de medio punto enmarcado entre sendas pilastras adosadas de orden gigante que llegan hasta el segundo registro y rematan en un entablamento sencillo. Estas rematan en un frontón triangular partido decorado con acróteras en bola, singularidad que permite integrar el escudo del arzobispo Baltasar de Moscoso y Sandaval (miembro de la casa de Altamira). Entre este y los pináculos se horada el muro con dos óculos que iluminan el interior del segundo registro del templo. Las calles laterales de la fachada siguen un esquema idéntico, abriéndose un vano rectangular en el primer registro, seguido de sendos escudos en relieve de los condes de Altamira.

Fachada (izquierda) y entrada del vestíbulo de la iglesia de San Domingos (derecha).

Los muros laterales, al igual que la fachada oeste, son de piedra granítica y cuenta con una cabecera formada por tres ábsides elevadas sobre un zócalo adosadas al muro este. La cabecera que hoy tiene la iglesia es de estilo gótico, se comenzó a construir bajo el mecenazgo del arzobispo dominico Rodrigo González de León en el tránsito del siglo XIII al XIV y se terminó en el último cuarto del siglo XIV.

Las laterales son de menores dimensiones tanto en planta como en altura, tanto con respecto a la nave como al ábside central; sin embargo, la esta última se eleva casi hasta la línea de cubierta de la nave y esta está organizada en un tramo recto y un siguiente semicircular, generando en el exterior un juego de llenos y vacíos determinados por los contrafuertes escalonados que reciben las cargas entre cuyos paños se horadan grandes ventanales de arco apuntado moldurado rodeado de chambrana. El encuentro entre el muro y la cubierta se resuelve mediante canecillos, esta es de teja dispuesta en una estructura poligonal en el ábside central, a tres aguas en las laterales y a dos aguas en la nave.

Los ábsides laterales mantienen la estructura que la central, de forma que cuentan con un primer tramo recto y un segundo semicircular en planta. Se levantan en el alzado en calles determinadas por los contrafuertes escalonados entre los que se disponen diferentes tipos de vanos: rectangulares en los extremos y ojivales en los tramos centrales.

Vista de la cabecera gótica de  la iglesia de San Domingos de Bonaval.

De las tres naves que hoy tiene la iglesia solo la central pertenece al medievo. Según Manso Porto, se corresponde a la que tuvo la primitiva iglesia monasterial que tan solo contaba con cuatro tramos y se cubría con artesonado de madera. Actualmente, tanto la nave central como las laterales se dividen en cinco tramos separados por pilares con columnas embebidas sobre las que se apoyan los arcos formeros. Entre los años 1717 y 1725 se construyeron las nuevas cubiertas con bóvedas de arista que obligaron a reformar los soportes medievales. Mediando la misma centuria se levantó, sobre los dos últimos tramos del pie de la iglesia, un coro alto con arco rebajado y balcón de reja, que se atribuye a fray Manuel de los Mártires.

Al mismo arquitecto se vincula la obra de la capilla barroca de San Domingos Suriano, actualmente Panteón de Galegos Ilustres, que se adosó al primer tramo de la nave norte ocupando el lugar en que debió estar la primitiva sacristía y capilla del capítulo.

Planta de la iglesia. (José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000).

De las tres naves que hoy tiene la iglesia solo la central pertenece al medievo. Según Manso Porto, se corresponde a la que tuvo la primitiva iglesia monasterial que tan solo contaba con cuatro tramos y se cubría con artesonado de madera. Actualmente, tanto la nave central como las laterales se dividen en cinco tramos separados por pilares con columnas embebidas sobre las que se apoyan los arcos formeros. Entre los años 1717 y 1725 se construyeron las nuevas cubiertas con bóvedas de arista que obligaron a reformar los soportes medievales. Mediando la misma centuria se levantó, sobre los dos últimos tramos del pie de la iglesia, un coro alto con arco rebajado y balcón de reja, que se atribuye a fray Manuel de los Mártires. En el centro del coro alto está ubicado un fascistol de madera.

Vistas del interior del templo: pie de la iglesia (izquierda), capilla mayor y nave central de la iglesia (centro) y fascistol de madera ubicado en el coro alto (derecha).

Los arcos fajones y formeros de medio punto articulan el esqueleto interior de la iglesia segmentando las naves (y con ello el peso de la estructura) y generando un juego de formas en sus encuentros en torno a las pilastras adosadas a las columnas de sección cuadrada que distribuyen en el espacio entre naves. Las naves se cubren con bóvedas de arista con la clave marcada por medallones. Estos elementos citados destacan no solo por su función o forma, sino también por el uso de la piedra frente a aquellos espacios recebados y pintados que presenta la iglesia.

Sección longitudinal de la iglesia. José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000).

También se asocia a fray Manuel de los Mártires la obra de la capilla barroca de San Domingos Suriano, actualmente Panteón de Galegos Ilustres, que se adosó al primer tramo de la nave norte ocupando el lugar en que debió estar la primitiva sacristía y capilla del capítulo. La capilla barroca presenta planta de cruz griega sobre la que se levanta una cúpula de media naranja montada sobre pechinas. Tiene a los pies un vestíbulo a modo de nártex cerrado con rejería y cubierto con bóveda nervada sobre la que se eleva una tribuna alta. Sus muros se articulan con pilastras de profundo cajeado. Posee un retablo del siglo XVIII cuya articulación se vio posteriormente modificada al insertar en su cuerpo las figuras procedentes del retablo mayor que fue desmontado.

Capilla de San Domingos Suriano (izquierda) y retablo de la capilla (derecha).

Frente al panteón, adosada al primer tramo de la nave sur, se edificó la capilla de San Xacinto. Fue construida entre 1615 y 1618 por Gaspar de Arce por encargo de su fundador, el médico Antonio de Mercado, esposo de Sancha Alonso de Moscoso de la casa de Altamira, patronos del convento durante largo tiempo. De planta cuadrangular está cubierta con una cúpula semiesférica de media naranja apoyada sobre trompas. Que presenta graves irregularidades en el trazado de sus radios. En la orla que rodea la clave de la cúpula consta el nombre del arquitecto y una fecha que corresponde al año 1617.

Cúpula de la capilla de San Xacinto.

Incidiendo en el ábside y la distribución de sus tres ábsides poligonales, cabe mencionar que albergan la capilla de San Vicente Ferrer (en el lado norte), la capilla mayor (en la parte central) y la capilla de Santo Tomás de Aquino (en el lado sur). El ábside central dobla las dimensiones de los ábsides laterales. En el interior las distintas alturas están remarcadas por impostas corridas de sección achaflanada.

La capilla mayor consta de dos cuerpos diferenciados. El primero de ellos es de planta rectangular y se abre al crucero y al testero por medio de dos arcos ligeramente apuntados. Sus muros laterales se articulan con haces de columnas entregas que sostienen una bóveda de crucería cuadripartita decorada con sucesión de rosetas en la nervatura y con una piña ubicada en la clave. En la parte alta de los muros se horadan dos ventanas abocinadas con arcos de medio punto, mientras que en la parte baja se encastran dos arcosolios apuntados, cuyas arquivoltas se decoran con motivos vegetales y puntas de diamante.

El segundo cuerpo de la capilla tiene un primer tramo de planta rectangular, seguido por el tramo poligonal del ábside. Sus muros se articulan por medio de columnas sobre las que se arma la nervatura de la bóveda con tres arcos cruceros que voltean de lado a lado, uno transversal y los otros dos en diagonal, además de aquellos dos arcos que mueren en la clave. En los intercolumnios se abren siete vanos geminados con una columna intermedia y un pequeño óculo en la parte superior, a cuyo pie se suceden frisos de pequeños arcos apuntados y ciegos que son el resultado de una reforma efectuada en siglo XV. Bajo los ventanales de los extremos se encastran otros dos arcosolios que son parejos con los que se encuentran en el primer cuerpo de la capilla.

Sección transversal de la cabecera de la iglesia.(José Antonio Franco Taboada, Santiago Tarrío Carrodeguas (dirs.), A arquitectura do Camiño de Santiago: descrición gráfica do Camiño Francés en Galicia, Santiago [de Compostela], Xunta de Galicia, A Coruña, Universidade da Coruña, D.L. 2000).

Los arcosolios de la capilla mayor albergan cuatro sepulcros con las figuras yacentes de tres mujeres y un varón cuya identificación precisa es problemática, aunque los especialistas en el tema coinciden al decir que todos los enterramientos fueron financiados por Constanza de Moscoso, viuda de Fernán Pérez de Andrade el Bueno, hacia el primer cuarto del siglo XV. A su familia, ya sea a una o a otra rama, pertenecen con seguridad todos los personajes en los que las figuras femeninas visten manto muy amplio con plegados paralelos con largos rosarios pendidos del cuerpo, al tiempo que tocas ceñidas cubren sus cabezas y cuellos mientras están recostadas sobre sábanas y almohadones en los que se apoyan ángeles arrodillados con libros abiertos. El único personaje masculino, cuya identificación se asocia a Vasco López de Ulloa, o a Juan do Campo, se cubre con arnés de caballero y se recuesta sobre una sábana y dos almohadones similares a los de las damas y, al igual que en el caso de éstas, dos ángeles orantes se sitúan a los lados de su cabecera. Los escarpines del caballero se curvan sobre el lomo de un perro que alza la cabeza. En relación con los sepulcros hay un buen número de escudos heráldicos repartidos por los paramentos de la capilla que corresponden a la familia de los Moscoso (benefactores del convento durante varias generaciones), así como a los linajes de los Docampo y los Andrade emparentados con ella.

Esta capilla poseyó un retablo mayor obra de Domingo de Andrade del último tercio del XVII, que fue retirado por orden del cardenal Martín de Herrera, arzobispo de Santiago entre los años 1889 y 1922. Actualmente está en la iglesia parroquial de Santiago de Carril, en Pontevedra. De esta obra se siguen conservando en Bonaval las imágenes de los seis santos fundadores de órdenes monásticas establecidas en Compostela (Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, San Benito, San Ignacio de Loyola y San Pedro Nolasco), talladas por Esteban Cendón Buceta hacia finales del siglo XVII. Las imágenes de san Agustín y san Francisco se dispusieron en las cajas laterales del retablo de la antigua capilla de San Domingos Suriano, hoy Panteón de Galegos Ilustres.

Sepulcros de la capilla mayor.

La capilla de San Vicente Ferrer (dedicada a san Ramón de Peñafort desde 1626 y con la advocación actual desde 1699) es de planta poligonal. Sus muros se articulan con doble imposta y en ellos se disponen vanos rectangulares de nueva factura, así como dos ventanales ojivales medievales. La bóveda de la capilla se arma con dos arcos cruceros diagonales, al tiempo que otros dos arcos mueren en la clave. En la parte baja de los paramentos del lado septentrional se encuentran dos arcosolios apuntados. El retablo de esta capilla es obra del último barroco, tallada en 1752 por Andrés Ignacio Mariño y por Alejandro Nogueira según las trazas de fray Ambrosio de Santo Tomás.

La capilla de Santo Tomás de Aquino presenta planta poligonal, el mismo tipo de bóveda y dos ventanales de arcos ligeramente apuntados iguales a las de la capilla de San Vicente. Esta capilla fue llamada do Rosario hasta el año 1621, fecha en que la cofradía titular se trasladó a un nuevo lugar. Estuvo primero dedicada al culto del Niño Jesús del Dulce Nombre, más tarde al de santa Rosa de Lima y finalmente, en 1695 al ser donada al arzobispo Monroy. En el alzado, la capilla está dividida en tramos por columnas de doble registro con doble línea de imposta, que terminan en capiteles que reciben las cargas de la bóveda que cubre el espacio. Se encuentra liberada de cualquier otro ornamento y sus muros lisos son interrumpidos en el lado sur por dos arcosolios, ahora vacíos, bajo la advocación de San Pío V.

En esta capilla se encuentra la escultura gótica de Nuestra Señora de Bonaval, una talla en piedra caliza policromada que representa una Virgen sedente y entronizada con el Niño sentado sobre su rodilla izquierda, ambos en actitud frontal y portando corona. El Niño sujeta con la mano izquierda el orbe del mundo, mientras levanta la derecha en actitud de bendecir. La Virgen llevaría una flor en su mano derecha de la que solo se conserva el tallo. Influenciada por el arte portugués, o quizás incluso obra de un taller de escultores portugueses en Compostela, esta imagen ha sido datada entre los siglos XIII y XIV.

Las capillas de la cabecera se abren al transepto de la iglesia que consta de una nave transversal dividida en un tramo central que conforma el crucero y otros dos tramos laterales. En el primer cuarto del siglo XVI, en sustitución del antiguo artesonado medieval, se hicieron las bóvedas de arista que actualmente cubren los tres tramos del transepto.

Capilla de San Vicente Ferrer (izquierda), capilla de Santo Tomás de Aquino (centro) y escultura de Nuestra Señora de Bonaval (derecha).

Al hastial del extremo norte del transepto se adosa la capilla do Santo Cristo de origen gótico, antecedida de un arco apuntado a modo triunfal. Se dispone en torno a una planta rectangular y una cubrición de bóveda de arista. En cuanto a los paramentos verticales, son fruto de continuas reformas que han ido modificando su estado original y, con ello, los elementos que estos pudieron acoger. Entre esos elementos estaban las pinturas murales que los poblaron que, en la actualidad, tan solo se conserva un mero testimonio.  En el muro oriental de esta capilla se encuentra un ventanal ojival coincidente en el lado opuesto con un arco con la misma forma que hoy comunica con la capilla barroca que acoge el Panteón de Galegos Ilustres y sobre tal arco, es posible ver un vano actual adintelado. Hasta hace poco tiempo la capilla estaba presidida por un crucificado, obra de José Ferreiro, uno de los más destacados escultores del neoclasicismo en Galicia. Recientemente se trasladaron aquí los restos de Rodríguez Castelao, político, ensayista, narrador, dramaturgo y dibujante, uno de los más destacados artífices del nacionalismo moderno en Galicia. Al hastial del extremo sur del transepto se adosa la capilla de San Pedro Mártir, comunicada también por medio de un arco triunfal apuntado. La capilla de San Pedro presenta planta rectangular sobre la que se levantan muros articulados por columnas de fuste monolítico y se cubre con bóveda de crucería. En el lado oriental se abre una ventana con arco ojival, de idéntica forma que el arco situado en el muro del lado oeste que daba acceso a la capilla de San Xacinto. En el testero de esta capilla hay un arcosolio con arco de medio punto.

Capilla do Santo Cristo (izquierda) y capilla de San Pedro Mártir (derecha).

En sus muros se encastraron dos sepulcros pertenecientes a Fernán Cao de Cordido “el Viejo” y a Fernán Cao de Cordido “el Mozo” que en origen estarían en el claustro. La yacija de Fernán Cao de Cordido “el Viejo” (fallecido hacia el año 1399) se eleva sobre dos leones echados y su frente se organiza con escudos y arquillos que cobijan las figuras de San Pedro, la Virgen, San Juan y San Pablo, con un Crucificado en el centro. Representado como caballero y recostado sobre dos almohadones, su identidad es revelada por una inscripción moderna sobre el listel (que, presumiblemente, reeemplazó a la original). Fernán Cao de Cordido “el Mozo”, que vivió en la primera mitad del siglo XV, aparece igualmente representado como caballero, recostado sobre dos almohadones. Su yacija posee un frente organizado en sendos blasones. Sobre el listel se encuentra de nuevo una inscripción moderna en la consta su nombre.

Sepulcro de Fernán Cao de Cordido “el Viejo”.

Adosada al tercer tramo de la nave sur, sobre lo que fue el primitivo claustro del monasterio, se levantó la capilla de la cofradía del Rosario. Para su construcción, la cofradía contrató en 1632 al arquitecto Francisco González de Araujo para incorporarse en 1634Bartolomé Fernández Lechuga interviniendo con un nuevo proyecto concluido por Jácome Fernández (hijo) en 1645. Finalmente, entre 1703 y 1704 fue reformada por fray Gabriel de Casas. Por lo tanto, es necesario entender que su configuración actual es fruto de una serie de reformas en diferentes momentos de su historia. La capilla presenta nave de planta rectangular divida en tres tramos que se cubren con bóvedas de arista ejecutadas por Pedro García a comienzos del siglo XVIII. El primer tramo, correspondiente a la cabecera, acoge el presbiterio ligeramente elevado con el altar mayor, mientras que los otros dos tramos están destinados a los fieles. En los muros laterales se empotran una serie de nichos sepulcrales coronados con arcos de medio punto, en cuya parte alta se abren grandes ventanales adintelados bajo las bóvedas.

En esta capilla se sitúa una imagen de la Virgen de la O que aparece de pie y mirando al frente, sostiene un libro abierto con la mano derecha apoyando la izquierda sobre el vientre. Esta figura, que se considera perteneció a la cofradía al menos desde el siglo XVI (a pesar de no contar con fuentes que lo corroboren), es probablemente obra de los primeros años del XV realizada por artesanos portugueses afincados en Compostela. El retablo actual de la capilla lo hizo Jesús Landeira en 1913.

Capilla do Rosario.

A la cabecera de esta capilla se adosa su propia sacristía, por la que se accede al cementerio de la cofradía que ocupa parte del primitivo claustro del monasterio del que se conserva la portada meridional que comunicaba con la calle exterior, conocida como portada de Juan Tuonum. Esta está protegida por un alpendre con cubierta de madera y apeada sobre siete canecillos. Tiene un arco ojival provisto de un tímpano en el que se ubican tres imágenes: en el centro, la Virgen y el Niño sedentes y en actitud frontal, flanqueados por ángeles con incensarios. La Virgen ofrece al Niño una manzana, mientras que éste bendice con la mano derecha y sostiene un libro abierto en la izquierda. A ambos lados, están las figuras de dos santos dominicos (probablemente santo Domingo y San Pedro Mártir). Bajo las imágenes hay una inscripción con el nombre de Juan Tuonum y, al pie de la chambrana del lado derecho del arco de la portada, se puede leer una fecha correspondiente a la era 1368 (año 1330).

Portada de Juan Tuonum.

Vázquez Barreiro publicó el manuscrito de un fraile dominico que contiene una descripción de cómo estaba distribuida esta edificación a finales del siglo XVII. Al parecer el arzobispo Baltasar de Moscoso había mandado hacer “un cuarto muy grande […] con dos dormitorios muy largos y espaciosos con celdas muy capaces, entre los cuales mandó hacer una muy particular para su Eminencia ó para alguna persona especial de su casa que se hospedase en dicho convento; en la cual habitan el día de hoy los Padres Priores, y debajo de dichos dormitorios están los generales en que se lee Artes y Theología”. Añade el mismo fraile: “Tiene mas este convento, una casa de Novicios que es singular en la provincia, así por lo fuerte como por lo hermoso de la fábrica, que se hizo en estos tiempos. Mas tiene este convento una librería muy aseada y curiosa, con muchos libros Theológicos, Philosóficos, históricos y aún muchos Juristas, y otros papeles y libros de manuscritos, así en lo predicativo, como en lo escolástico. […] Finalmente, tiene este convento un amenísmo bosque, muy espacioso con tal variedad de árboles, con tres fuentes de preciosas aguas, y en especial una que llaman la de Santo Domingo, que en esta ciudad entre todas, es la de más estimación y aprecio por haber tradición la hizo nuestro Padre Santo Domingo, en cuya fé los enfermos de la ciudad se aprovechan de ella”. En el apéndice del mismo manuscrito se menciona la botica que estaba situada sobre la calzada de Bonaval que discurría al sur del convento.

Fue también a finales del siglo XVII, concretamente en 1693, cuando el prior del convento solicitó ayuda al cabildo para acometer la construcción de un nuevo claustro situado al norte de la iglesia. Dos años después, cuando ya estaba hecha una de las crujías, el arzobispo Monroy decidió costear él mismo la obra, junto con la reconstrucción de las alas norte y oeste del convento que se encontraban adosadas al mismo claustro, encargando a Domingo de Andrade la realización de todos estos trabajos.

Fuente con el busto de santo Domingo en el parque de Bonaval.

El claustro consta de dos cuerpos superpuestos, estando divididos cada uno de los cuatro lados en nueve tramos articulados por pilastras cajeadas de orden toscano entre las que se suceden arcos de medio punto impostados. Las pilastras del cuerpo bajo están adornadas con sartas de frutas de las que penden cruces, complementándose la decoración con los casetones de los pedestales y del entablamento, las claves talladas de los arcos y los escudos del arzobispo Monroy ubicados en los tramos centrales. En los muros de las crujías bajas del claustro se abren arcosolios góticos que, en su momento, albergaron los sepulcros de distintas familias de hidalgos y burgueses compostelanos.

Claustro norte de Bonaval.

Por lo que se refiere a las dependencias claustrales, nos dice Ríos Miramontes que en el bajo del ala norte del convento se encontraban la bodega, la caballeriza y el pajar; encima, situadas en el primer piso, estaban las celdas con sus alcobas y lugares de estudio, además de un calefactorio con chimenea y una barbería. En el último piso, se ubicaban más celdas junto a la enfermería y la biblioteca. La planta baja del ala oeste acogía la cocina, el refectorio, la proveeduría y también un hospicio; en el primer piso se construyó la sala capitular.

Arcosolios del claustro.

En el ángulo noroeste, formado por estas dos alas, se encuentra la célebre escalera de caracol diseñada por Andrade, consta de tres espirales nacidas en todos los casos del suelo como tiros independientes que no llegan a cruzarse y que nos llevan a los diferentes pisos del convento. Cada peldaño de pieza entera está sujeto por el caracol, sin necesidad de encajarse en el muro ni de unirse con los demás. Participa de un diseño funcional, ya que al no contar con un núcleo central en el que cerrar los escalones se permite el acceso a las zonas altas de bultos de gran tamaño. Esa misma ausencia de núcleo sirve para iluminar todo el hueco de la escalera a través de las ventanas abiertas en lo alto.

Escalera de caracol.

Historia

La historiografía dominica ha relacionado la fundación del convento de Bonaval con la venida en peregrinación de santo Domingo de Guzmán a la ciudad de Santiago en el año 1219. Sin embargo, no existen fuentes documentales que puedan corroborarlo. En opinión de Manso Porto, la implantación temprana de la orden dominicana en Compostela ha de atribuirse a los inmediatos seguidores del santo fundador en torno a los años 1222 y 1224.

En el testamento de Juan Embraldo, fechado en 1228, hay constancia de un legado que se dejó a los frailes del monasterio de Santa María de Bonaval; advocación esta que se mantuvo hasta el primer cuarto del siglo XV, cuando santo Domingo de Guzmán paso a ser definitivamente el titular del monasterio.

En 1230 sabemos por una escritura de contrato, que el procurador del hospital de Xerusalén de la ciudad de Santiago vendió a los dominicos un campo en el monte da Almáciga, situado junto a la cabecera de la iglesia que ya tenían allí construida. Por otra parte, existe noticia de la consagración de esta primera iglesia en una de las cantigas del trovador Bernal de Bonaval (c. 1190 – c. 1260). Manso Porto apunta que tal consagración pudo coincidir con la conclusión de las obras del templo hacia 1250, cuando también se debió terminar su fachada occidental. Adosado al costado sur de la iglesia se edificó el claustro y las primitivas dependencias del convento que originariamente se alzaban a escasos metros de distancia de la margen septentrional del Camino Francés, en las inmediaciones de la puerta do Camiño por la que se accedía al antiguo recinto fortificado de la urbe compostelana.

Las constituciones fundacionales de la orden contenían una normativa específica que regulaba el ejercicio de la predicación y así en cada convento se establecía una zona destinada a tal fin. Compostela ofrecía, como centro de peregrinación, excelentes condiciones para una institución mendicante y es que el emplazamiento privilegiado del monasterio dominico junto al Camino explica el destino de su iglesia, que era el de reunir en su interior a la población y a los peregrinos que acudían a sus oficios. La importancia de la actividad apostólica y docente desarrollada por los frailes de Bonaval no solo en la propia ciudad, sino también en otras villas y pueblos de Galicia, influyó decisivamente en el florecimiento de su monasterio, donde desde muy pronto se detecta la presencia de miembros sumamente cualificados en las disciplinas de lógica y gramática.

Los dominicos se integraron rápidamente en la vida social y económica de Santiago. Nos dice López Ferreiro que ya a mediados el siglo XIII la casa de Bonaval era uno de los centros más influyentes de la ciudad, manteniendo estrechas relaciones con el cabildo compostelano. El monasterio vio incrementados sus bienes gracias a las mandas y donaciones otorgadas por destacados nobles como el propio arzobispo Juan Arias, que en 1266 dejó a Bonaval un importante legado, y también por burgueses acaudalados como Pedro Vidal y su esposa Teresa Sánchez, que en 1268 donaron a la comunidad dominica nuevos campos en el monte da Almáciga. De este modo los frailes de Bonaval llegaron a reunir un importante patrimonio que incluía servicios, posesiones y propiedades localizadas tanto en el recinto urbano y en los arrabales de Santiago, como en otras localidades gallegas.

En el último cuarto del siglo XIII las empresas de mayor relevancia relacionadas con el mecenazgo del monasterio se debieron a la iniciativa de fray Rodrigo González de León, provincial de los dominicos en España, que fue arzobispo compostelano entre los años 1286 y 1304. A él se le atribuye la ampliación del primitivo templo y, posiblemente, el inicio de algunas dependencias ubicadas junto a su costado norte. Rodrigo González fue enterrado en Bonaval en un sepulcro de mármol, ya desaparecido, que al parecer estaba empotrado en la parte alta de los muros de la iglesia. Le sucedió en la mitra Rodrigo de Padrón y tras él, el papa Juan XXII nombró en 1317 arzobispo de Santiago a otro dominico, el francés Berenguel de Landoira, que hasta entonces había sido maestro general de la Orden. Buena parte de la burguesía compostelana, aprovechando la disconformidad y el enfrentamiento que se produjo entonces en la sede catedralicia, intentó sustraerse al señorío eclesiástico sublevándose en contra del recién llegado.

En 1319 Berenguel de Landoira, que tenía cercada la ciudad, fue acogido por los monjes de su misma orden dentro de los muros de Bonaval. Tuvo que dejar el convento cuando fue bombardeado por los sitiados con una catapulta, refugiándose en lo alto del monte da Almáciga donde estaban acampados sus soldados. En 1320 en las negociaciones habidas para conseguir la restitución de la ciudad al arzobispo, intervino igualmente el abad de Bonaval, fray Gonzalo de Sas. Una vez concluida la revuelta se continuó con la construcción de las dependencias conventuales en las que se instaló el Estudio General de la Provincia de España, creado en el año 1344 gracias al incremento del número de frailes graduados residentes en Santiago; por entonces descollaba la fama del maestro fray Lope, regente del Estudio.

Las obras del claustro norte y de la iglesia prosiguieron todo a lo largo del siglo XIV y comienzos del siglo XV. En esa época fueron numerosos los nobles y burgueses compostelanos que quisieron enterrarse en Bonaval fundando sus propias capillas funerarias. El patrocinio de estas capillas contribuyó notablemente a la financiación del monasterio, ya que estaban vinculadas a un conjunto de bienes materiales cuyos réditos se destinaban al mantenimiento del culto que corría a cargo de los frailes. Así nos encontramos con que en 1377 Juan do Campo adquirió el patronazgo de la capilla mayor de Bonaval con derecho de enterramiento para él y su mujer, Constanza Menéndez. El matrimonio de la hermana de Juan do Campo con un Moscoso permitió la vinculación de ambos linajes. El patronazgo de los Moscoso se prolongó a lo largo de varias centurias, pasando a sus descendientes los condes de Altamira, que fueron mecenas del monasterio hasta el siglo XVIII. Miembros de otros linajes, como el de los Mariño y Mariño de Lobeira, los Sánchez de Gres o los Cao de Cordido, fundaron otras capillas ubicadas tanto en el interior de la iglesia, como en las galerías del claustro norte. También el primitivo claustro del lado sur funcionaba en esos momentos como cementerio; ahí se enterraron burgueses destacados de la ciudad como Fernando Abril cuyo monumento funerario se construyó 1397.

En los inicios de la siguiente centuria fue cuando supuestamente se produjo un acontecimiento de suma relevancia para la comunidad dominica, como es la peregrinación de san Vicente Ferrer al sepulcro del Apóstol que se materializaría hacia el año 1412. Durante su estancia en la ciudad el santo habría predicado en el monasterio de Bonaval. Lo cierto es que, al igual que ocurre en el caso de la venida del fundador de la orden a Santiago, todo ello se fundamenta exclusivamente en la tradición que encontró hondo arraigo en la ciudad.

En 1417 se convocó en el monasterio compostelano el capítulo general de la orden dominica. Nos dice Pardo Villar que, aunque no se conservan las actas de su celebración, todo apunta a que el objetivo principal fuese la consolidación de la nueva provincia dominica de Santiago constituida entre los años 1380 y 1390 por los conventos de Galicia. La Provincia fue confirmada de hecho en el año 1418 por el papa Martino V después de haberle incorporado los conventos de León y Asturias. Este último arreglo encontró una fuerte oposición dentro de la propia orden, de modo que en 1424 el mismo papa revocó las disposiciones anteriores dadas en este sentido y la demarcación de Santiago pasó a ser de nuevo un vicariato de la provincia de España, también llamada de Castilla.

En 1474 se constituyó la Congregación de la Observancia de los dominicos españoles basada en la reforma de fray Juan de Torquemada y de su núcleo del convento de Valladolid. La reforma afectaba a las costumbres y forma de vida del clero regular que debía ser ejemplarizante, corrigiendo la sobreexplotación de los derechos y privilegios, implicaba, además, la centralización administrativa y la articulación institucional al margen de los grupos conventuales y de los cargos y estructuras generales de la orden. Así, en el tránsito de los siglos XV al XVI con el apoyo de la monarquía y de los poderes seculares, la Congregación acabó englobando la totalidad de los conventos de la provincia castellana incluyendo los de Galicia. El movimiento reformista dominico también trajo consigo la centralización de la enseñanza y en consecuencia la supresión del Estudio General de Santiago. Este hecho supuso un rudo golpe que se sumó al período de penuria económica que atravesaba por entonces el convento de Bonaval cuya comunidad se vio muy mermada encontrando serias dificultades para su sostenimiento.

Esta situación experimentó cierto alivio con las importantes donaciones que en 1498 y en 1499 hicieron a Bonaval Urraca de Moscoso y su sobrino el primer conde de Altamira, Lope Sánchez de Moscoso y también con la adquisición de sinecuras, herencias y legados recibidos posteriormente, como el que dejó el conde de Monterrey, Sancho de Ulloa, en 1505. Con todo, parece ser que en el primer tercio de esta última centuria la administración de los bienes del convento fue muy deficiente, lo que dio lugar a la pérdida de muchas rentas, poniendo en riesgo la existencia de las fundaciones privadas que se quedaban sin dotación.

También en esta época, concretamente en el año 1504, se creó la cofradía del Rosario que fue, junto con la cofradía de Nuestra Señora de Bonaval, una de las primeras en establecerse en este convento. En principio fue organizada por los familiares del conde de Altamira, aunque sin obtener la aprobación de la autoridad competente ya que sus primeras constituciones fueron sancionadas de forma oficial en el año 1516. Los acuerdos alcanzados con la comunidad monástica establecían, entre otras cosas, que los cofrades debían satisfacer a los frailes una cantidad anual por los sermones y servicios del culto que les prestaban.

A mediados de la misma centuria el convento de Bonaval retomó su actividad docente haciéndose cargo de las cátedras de teología de la Universidad de Santiago; cátedras que continuó regentando hasta el siglo XIX. Los dominicos de Santiago fueron también los capellanes del tribunal del Santo Oficio, que se estableció en la ciudad hacia el año 1574.

Nuevas dotaciones económicas y el saneamiento de las cuentas permitieron que el monasterio se recuperase hasta el punto de reemprender obras y reformas que se prolongaron a lo largo de los siglos XVII y XVIII transformando por completo las edificaciones monacales. Estas dos últimas centurias constituyeron para la comunidad de Bonaval un período de máxima expansión que algunos autores califican como la edad de oro del monasterio.

En el siglo XVII se restauró el Estudio General de Santiago bajo el patrocinio de Baltasar de Moscoso Rojas y Sandoval, hijo de los condes de Altamira, que en 1638 comenzó a financiar un nuevo edificio para instalar en él a estudiantes y profesores. La obra fue aplazada y el estudio no se inauguró hasta el año 1665. Su reapertura supuso para el convento un mayor prestigio que redundó en un incremento notable del número de sus miembros. Puesto ya en marcha, se concedió que los estudiantes que hubiesen cursado en él teología pudiesen graduarse en cualquier universidad oficial de la Península. Para contribuir a su financiación se invirtió parte del capital a él destinado en la construcción de casas en el barrio de Bonaval cuyas rentas constituirían una saneada fuente de ingresos.

En 1685 fue nombrado arzobispo de Santiago, Antonio de Monroy, general de la orden de los dominicos que fue otro de los grandes mecenas de Bonaval. Monroy, de la mano del arquitecto Domingo de Andrade, reedificó todo el convento a partir del año 1695, dotándolo con dinero contante, libros para la biblioteca y enseres para la iglesia. Así mismo, a partir del año 1702 creó cinco fundaciones pías con las que favoreció al monasterio destinando para ello la cantidad de ochenta mil reales.

Nos dice Pardo Villar que en ese último año la comunidad dominica de Santiago se beneficiaba de los bienes y rentas correspondientes a ciento cinco fundaciones pías, sobre las que pesaba la carga de más de quinientas misas cantadas. El número de estas fundaciones se acrecentó en las décadas siguientes, reseñando el citado autor el caso concreto de una de ellas que da cuenta de la práctica de la hospitalidad en Bonaval. Se trata de la concesión que hizo Francisco Bermúdez Mandía en 1721, dejando la cantidad de tres mil reales para que con sus réditos se celebrase todos los años una misa rezada el miércoles santo y al día siguiente se diese la comida en el convento a doce peregrinos pobres y además un real y un panecillo para la cena, costumbre que, al parecer, se practicaba aún en el año 1829. En relación con esta última cuestión sabemos que el monasterio hospedaba, cuando menos, a otros religiosos que llegaban en peregrinación a la ciudad, de ello dejó constancia el carmelita Giacomo Antonio Naia en el relato del viaje que hizo a Santiago en 1718.

A lo largo de los siglos XVII y XVIII se establecieron en Bonaval un elevado número de cofradías que sufragaban el culto de sus respectivas devociones en las distintas capillas del monasterio. Funcionaban por entonces, además de la ya mencionada cofradía del Rosario, la cofradía de la Tercera Orden de Penitencia de Santo Domingo, (que tenía a su cargo el culto del santo fundador) y la cofradía del Santo Nombre de Jesús (que era propia de la orden de los dominicos, siendo reglamentaria en todos sus conventos), la cofradía de la Encarnación, la de San Pedro Mártir, la de San Vicente Ferrer, la de Santo Tomás de Aquino y la de la Milicia Angélica o del Cíngulo de Santo Tomás; estas dos últimas formadas por los catedráticos, graduados y alumnos de la universidad compostelana.

A mediados del siglo XVIII la comunidad dominica de Santiago se encontraba en su momento de mayor apogeo, siendo más numerosa que nunca. En el Catastro de Ensenada consta que en el año 1752 el monasterio compostelano de San Domingos tenía unos 70 religiosos. Por su estado económico Bonaval era por entonces el primero de los monasterios dominicos de Galicia y el onceno entre los ochenta y nueve que por entonces integraban la provincia de España.

En los primeros años del siglo XIX el convento percibía rentas por foros, censos y arriendos en más de un centenar de parroquias, mayormente concentradas en la provincia da Coruña. Con todo y a pesar de gozar de una relativa prosperidad, en el año 1800 el número de frailes en Bonaval se había reducido a 39 y así consta en censo del Libro de Actas Consistoriales de la ciudad.

El inicio del siglo XIX fue accidentado para el convento santiagués, que durante de la Guerra de la Independencia mantenida contra los franceses, albergó en un principio a las tropas inglesas aliadas y más tarde sirvió como hospital militar. Tras la guerra los edificios de Bonaval se encontraban en muy mal estado, haciéndose obras de reparación en la iglesia y en la sacristía.

En 1835 se decretó la exclaustración de todos los conventos religiosos de España que tuvo repercusiones inmediatas en Bonaval, cuyos frailes dejaron definitivamente el convento en julio de ese mismo año.

En 1841 se estableció en el antiguo monasterio la casa del hospicio patrocinada por el arzobispo compostelano Rafael de Vélez. Poco después también se instalaron aquí el colegio de sordomudos y ciegos y la academia de la música; ambas instituciones permanecieron en funcionamiento hasta mediados del siglo XX. En 1847 se construyó en el bosque de Bonaval el cementerio general de la ciudad. En 1849 dice Pascual Madoz que todavía se mantenía el culto en la iglesia del monasterio y que funcionaba también en él una escuela pública para niños.

Más tarde se planteó el proyecto de convertir la iglesia en Panteón de Galegos Ilustres. Así en 1891 se trasladaron ahí los restos de la escritora Rosalía de Castro y en 1905 los de Alfredo Brañas, padre del regionalismo gallego. Tras un largo paréntesis y ya en la segunda mitad del siglo XX, el panteón acabó por instalarse en las capillas de San Domingos Suriano y do Santo Cristo, ahí se trasladaron entonces los restos del escultor Francisco Asorey, del literato Ramón Cabanillas, del intelectual Alfonso Rodríguez Castelao y del cartógrafo Domingo Fontán.

La iglesia de San Domingos fue declarada monumento nacional en los primeros años del siglo XX. Se restauró en distintas ocasiones y actualmente sirve como sala de exposiciones, además de celebrarse en ella diversos actos culturales.

En 1963 el monasterio fue destinado para ser la sede del museo municipal. En 1977 el municipio cedió el edificio y desde entonces en el claustro y en sus dependencias adyacentes se encuentra instalado el Museo do Pobo Galego, mientras que en el edificio del ala suroeste del convento, donde estuvo el Estudio General fundado por Baltasar de Moscoso, alberga hoy diversas oficinas administrativas de la Xunta de Galicia.

En 1993 se inauguró el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC), construido por el arquitecto portugués Siza Vieira en el solar ubicado en la parte occidental del conjunto y en esa misma década, la antigua huerta (en la que todavía podemos encontrar las ruinas de alguna dependencia) se convirtió en el parque público de Bonaval.

Hoy en día la cofradía del Rosario es la única que mantiene el culto en su propia capilla, anexa a la iglesia de San Domingos, utilizando el primitivo claustro del monasterio como cementerio donde todavía se entierran sus miembros.

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